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Los de mi generación todavía recordamos aquel Reino Unido del punk de los 80, movimiento que llegó muy diluido a España. Aun así, el eco de las canciones más cañeras de La Polla Récords, Eskorbuto, Tijuana in blue y tantos otros sigue de plenísima actualidad; a pesar del confort, los móviles de última generación, las redes y la tremenda frialdad que domina las relaciones en la sociedad de hoy. Los supérfluos años noventa nos trajeron hasta aquí. Han pasado treinta años, toda una generación, y nos da la sensación de que las cosas han cambiado, que ya no ha lugar para aquellas quejas, insultos, toda esa rabia que emanaba de cantantes que gritaban desde las entrañas porque el mundo era una mierda. Todo se ha suavizado, la gente es mansa, conformista, y solo se espabila y corre para conseguir el último modelo de iPhone, la ropa que ha lucido esta o aquella influencer o la cancioncilla insulsa de moda en Spotify. Con estos mimbres era fácil construir una sociedad banal, estúpida, inculta y, sobre todo, obediente, sumisa. Por eso me alegra infinito escuchar que en el Reino Unido –precisamente, cuna del punk– ha nacido un movimiento que llaman Don't Pay UK (No pagues, Reino Unido), que invita a la ciudadanía a convertirse en insumisa ante la escalada de precios de la electricidad y el gas. Parece que no ha alcanzado el objetivo de sumar un millón de adhesiones, pero ha llegado a doscientas mil familias y eso es mucha gente. Gente dispuesta a dejar de obedecer, a hacerse preguntas, a insultar, bramar y sacar la rabia que todavía nos queda dentro. Porque, como aquellos rockeros de los ochenta, muchos seguimos dándonos cuenta de que el mundo es una mierda y participar en él sin removerse es como estar muerto.