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Pedro Sánchez se salta las normas y, por poner un ejemplo reciente, nombra a Elena Sánchez presidenta de RTVE, pero acusa al PP de no cumplir el mandato constitucional que emplaza a renovar el CGPJ. La suya es una manera presidencialista de gobernar en un país cuyo sistema político no es presidencialista. Antes de él y después de él –porque Sánchez pasará– España seguirá teniendo un sistema que se apoya en la separación de poderes.

Qué ahora no se note porque el Ejecutivo coloniza cuanto necesita –véase la política de nombramientos que hace que una ministra de Justicia pueda pasar a Fiscal General– no describe más que la anomalía en la que estamos. Pero, reitero, esto también pasará y le pasará factura al PSOE, un partido que con Felipe González al frente fue uno de los pilares del arco de bóveda que asentó la Transición y al que ahora resulta difícil reconocer.

El ‘sanchismo' del que reniegan algunos barones en privado, llevará al partido a sus peores resultados electorales. El PSOE, que ha sacrificado su tradición de debate interno y discrepancias a favor del culto a la personalidad del líder del partido, resulta irreconocible para muchos de sus votantes tradicionales, que ni apoyan la alianza con Unidas Podemos ni aprueban los pactos con los separatistas de ERC o Bildu, ni los continuos bandazos.

Que Sánchez no pueda salir a la calle sin exponerse a abucheos y otras manifestaciones de rechazo es muy significativo. Tanto como para haberse visto obligado a cambiar todo aquel plan que bautizaron como ‘encuentros con la gente'. Encuentros que han pasado a ser reuniones en La Moncloa con grupos de personas seleccionadas. A principios de semana dio un portazo al Instituto de Empresa Familiar que celebraba su XXV Congreso en Cáceres y se fue a Mallorca a un encuentro cerrado. Se le ve desconcertado. Sabe que la calle le rechaza y no acierta a comprender el porqué. Tengo para mí que primero encontrará la respuesta en las urnas de mayo y más tarde en las del próximo otoño.