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Cuando yo era pequeña la creencia generalizada -reforzada por los científicos de la época- era que el aceite de oliva era poco menos que veneno, igual que el pescado azul, por la cantidad de grasa que aportaba al organismo. En los setenta las sardinas y las anchoas se despreciaban en España porque eran comida de pobres y por su alto contenido en grasa. Para no devolverlas al mar, con ellas se abonaban los cultivos a falta de consumidores. Entonces preferíamos el filete de vaca, mucho más civilizado, más moderno. Años después cambiaron las tornas: resulta que el veneno es la carne roja. En aquellos años se puso de moda la delgadez, porque la mayoría de las personas tenían algo de sobrepeso, lo natural según la forma de tu cuerpo: los hombres lucían barriga de buen comer y mejor beber; las mujeres tenían el culo gordo y los muslos celulíticos. Rarísima vez se veía en la playa un tipo esbelto, delgado y de músculos definidos, como proliferan ahora. Con la irrupción de las nuevas modelos a seguir -la inglesa Twiggy, la francesa Jane Birkin, la española Ana Belén- de pronto todas las mujeres parecían enormes y pueblerinas y se impuso el ideal de pesar 45 kilos como algo súper deseable. En Francia de pronto aborrecieron su producto más icónico: el pan. Bajó el consumo a mínimos y el Estado tuvo que lanzar una verdadera cruzada para animarles a seguir comiéndolo porque no engordaba demasiado. Ahora en Estados Unidos vuelven a reescribir las pautas de lo que se considera saludable y lo que no. El objetivo no es otro que atajar la obesidad y el sobrepeso, causa de cantidad de enfermedades, además de condición estéticamente aborrecida por el statu quo. Los americanos nos dictan el camino a seguir. Fuera el pan blanco, fuera los cereales, bienvenido el salmón. ¡De nuevo el pescado azul en el centro de las polémicas!