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De los males que padece nuestro país uno de los más dañinos es la polarización política. Dañino por lo que tiene de barrera insalvable para sacar adelante proyectos de los que podría derivarse un gran beneficio para el común de los ciudadanos. Dañino también por la inmensa cantidad de energías que distrae y el mal ambiente que crea.

Baste pensar en los cuatro años gastados entre el PSOE y el PP en el intento de renovación del CGPJ y de rebote los nombramientos del TC. Si fuera cierto que esta vez la cosa va en serio sería el momento de preguntarse por qué no se ha conseguido antes evitándonos un espectáculo que daba pie a pensar que en España la Justicia no está a la altura. Y no es así, porque mientras los políticos mantienen une pulso interminable, los jueces han seguido poniendo sentencias y los tribunales han seguido funcionando a pesar del bloqueo del CGPJ y el consecuente retraso en los nombramientos para cubrir determinadas plazas.

El enfrentamiento partidista descarnado es un mal en sí mismo porque del Parlamento se traslada a la calle y en momentos como estos en los que España enfrenta una crisis económica severa las tensiones se canalizan de manera airada. Es legítimo que los partidos políticos defiendan sus intereses, pero no deberían hacerlo al precio de tensar la situación hasta un punto en el que volvemos a las ‘dos Españas'. Ya lo advertía hace más de un siglo el canciller alemán Otto von Bismarck: «Sin duda la nación más fuerte del mundo es España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo volverán a ser la vanguardia del mundo».

Pensando en las dificultades económicas uno se pregunta si no habría sido mejor que Pedro Sánchez hubiera aceptado la oferta de Alberto Núñez Feijóo para negociar el proyecto en vez de hacerlo con los separatistas que le están sacando onerosas contrapartidas. La dañina polarización que padecemos le da la razón al canciller Bismarck.