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Mark Zuckerberg ha tenido que echar a la calle a once mil de sus empleados, una cifra que a todos nosotros nos pone los pelos de punta, aunque solo representa el trece por ciento de la plantilla. Suponemos que este chico es listísimo y, de hecho, consiguió situarse entre las personas más ricas del mundo al crear su primer imperio: Facebook. Lo hizo hace casi dos décadas, siendo un chaval, y parece que no ha sido capaz de darse cuenta de que la nueva generación desprecia absolutamente la primera gran red social: la consideran cosa de abuelos. Los jóvenes no leen, no quieren leer. Aunque siguen existiendo los clásicos ratones de biblioteca que devoran letras, son legión los que no lo hacen. Es casi natural, al haberse criado en un entorno puramente audiovisual. Lo que quieren es ver vídeos. Ni siquiera las fotos estáticas les llaman la atención. Necesitan más estímulos, ruido, movimiento. Por eso Tik Tok se ha llevado el gato al agua. Por ahora. Porque quién sabe qué saldrá luego y a qué se apuntará la juventud. En esto somos poco leales, vamos adonde encontramos cierta satisfacción. Por eso el metaverso no va. No arranca. Lo hará algún día, sin duda. Pero no todavía. Porque el mundo virtual donde Zuckerberg quiere que juguemos, nos relacionemos, viajemos, estudiemos y hagamos negocios es un simulacro de la vida real. Y, ahora mismo, la vida real todavía nos satisface. Podemos ir a la playa, bañarnos en el mar, contemplar el atardecer desde un mirador en la montaña. Cuando no podamos hacer nada de eso por el calentamiento global y estemos obligados a permanecer encerrados en búnkeres no tendremos más remedio que sumergirnos en el metaverso. Entonces, su creador será más rico que nadie.