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Érase una vez un gerente mentiroso, un exalto cargo del Govern, un periodista soplón, un juez soberbio y su fiscalito fardón. Mallorca, año dos mil catorce. El mentiroso, de mierda hasta el culo, acorralado por el soberbio, pilló el atajo de calumniar al exalto cargo para ver si le quitaban unos añitos. Un día, el exalto cargo se encontró por la calle al ínclito gerente al que recriminó airoso que le incriminara falsamente en sus menesteres. El mentiroso enfureció ante tal desafío e inmediatamente insultó y gritó y gritó contra el exalto cargo. Pocos minutos después, enojado y humillado, el mentiroso llamó a su amiguito fardón, con el que iba a pachas, para inventarse una agresión del exalto cargo con paliza incluida. Rápidamente, el fiscal fardón, avisó a su colegui, el soplón, al que le solía chivar lo que estaba en secreto de sumario para que nadie escribiera otra cosa que su versión, para montar la de Dios en su medio de comunicación. ¡Y, pumba! A la mañana siguiente, el exalto cargo apareció en ese medio como un matón sin escrúpulos que repartía soplamocos a tente bonete. Al poco tiempo todo se archivó por el propio peso de la verdad. Y nunca nadie publicó una rectificación, ni la verdad ni el desenlace. El mentiroso era Alvarito, el soplón ni merece que lo nombre, el soberbio era Penalva, el fardón Subirán y el exalto cargo era yo.