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Lo que está mal no es que un gobierno se plantee la reforma del Código Penal, ni siquiera la sedición, que tanta cola está trayendo, porque el artículo tenía una interpretación tan amplia que podía limitar el derecho de protesta ciudadana. En la línea de la Ley Mordaza, cuya derogación se anuncia y no llega. Lo impresentable es que se cambien a medida las infracciones y las penas para beneficiar a los que pueden beneficiarte. O para blindar tu futuro. Qué peligro las bisagras. Y cuánto poder para abrir y cerrar puertas. Lo que se hace por interés se parece a corrupción. El mercadeo de delitos debería ser delito, o al menos pasar factura política por convertir a jueces en títeres y a condenados en víctimas.

La subasta de la catalogación de la corrupción en España en el contexto de detención de la vicepresidenta de la Eurocámara y otros diputados por presuntos sobornos de Qatar provoca bochorno. No sé si más por la casual coincidencia de partido de Sánchez y la griega o por el país en el que se juegan los partidos del Mundial mirando hacia otro lado. Va de palabras homógrafas. Palabras como la ironía de Eva Kaili alabando los derechos laborales del emirato donde han muerto 6.500 inmigrantes en las obras de los estadios. Quizá pecata minuta comparada con los supuestos 24 millones de Piqué tras la maniobra de Rubiales para llevar la Supercopa a Arabia, ese hombre que sigue dirigiendo el deporte rey como si no nada. En Bélgica, al menos, importa más la comisión de un delito que el fútbol o la inmunidad parlamentaria.

El debate ahora es si uno roba para sí o para otro. O si (sólo) hace un uso indebido de dinero público, ése que parece caído del cielo porque es de todos aunque lo manejen unos pocos. La primera duda trata de dilucidar si uno es avaro evidente o disimulado. Porque, sepan, aunque el beneficio propio no sea inmediato o en metálico, puede ser en diferido y en rentable especie. Que ensuciarse las manos por otro genera deudas que se cobran, salvo que uno sea muy altruista. Confieso mi simpatía por Robin Hood, aquel héroe que robaba a ricos para dar a pobres, pero no encuentro equivalente al personaje en nuestra política.

La malversación es una indecencia; un abuso de poder que sólo puede ejercer el que tiene acceso a fondos públicos, incluidos funcionarios, así que jamás debería despenalizarse. Otra cosa es que haya dolo o negligencia, aunque ambos deberían ser imputables. La honradez, la ética, la gestión responsable y la transparencia son principios esenciales de toda acción de gobierno y empleo público.

La prevaricación, el cohecho, la malversación, el nepotismo, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito… son claros ejemplos de corrupción. Practicados muy asiduamente sin que el peso de la ley caiga sobre nadie. Y sin ni siquiera hacer uso de la sana dimisión.