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El Instituto Cervantes (Madrid) recordó en los paneles de una reciente exposición que concluyó el mes pasado cómo «explotó» Sender en Mallorca. Desde luego, uno de los encontronazos más potentes que se han producido sobre suelo literario en Balears: fue el protagonizado por dos morlacos, ambos extraordinarios escritores con pitones muy afilados: Ramón J. Sender, republicano visceral, y Camilo J. Cela, que en la Posguerra, como tantos otros en España y fuera de ella, se buscó la vida carpetovetónicamente como pudo y a salto de mata. A don Camilo se le ha acusado de todo, incluso de ser el culpable del toro que mató a Manolete. Lo cierto es que guste o no su tendencia o destendencia fue un gran escritor y a los que tuvimos la gran fortuna de conocerle nos abdujo con una vitalidad e independencia desbordante que ya no se da en la sociedad española. Vayamos al grano: tras varias cartas, Cela consiguió que Sender volviera a España, incluso le ofreció su casa mallorquina a modo de reclamo. Sender no tuvo otra que irse al exilio mexicano hasta 1942 y luego a California al terminar la Guerra Civil, tenía 37 años. Cela, cansado de una Madrid culturalmente muy entumecida, decidió aislarse en Mallorca.

En 1976, el futuro Nobel consiguió que el autor de Crónica del alba fuera una temporadita a nuestra Isla. En una carta del 16 de julio de 1976, que se transcribió en uno de los paneles de la exposición del Instituto Cervantes, Sender le comenta a Cela: «Querido Camilo: Por fin después de dudas, vacilaciones y barruntos como dicen los maños de mi tierra decido volver a España. Claro es que todavía pueden suceder cosas inesperadas que me hagan cambiar de rumbo y en lugar de ir a Palma vaya al Antártico o a Islandia». El gran novelista oscense señala también en esa epístola «que estoy hasta los cojones de América».

Lo cierto es que Sender mandó algunas cajas con papeles y sus cuadros provisionalmente a La Bonanova, a la casa de Cela. En Mallorca, Sender y Cela comenzaron bien pero poco a poco su relación se fue agriando. El cenit aconteció cuando, en una comida, el aragonés le tiró a don Camilo el caldo gallego que rebosaba en su plato a la par que le propinaba varios insultos políticos, uno de ellos muy habitual en esta época. El autor de La colmena le pidió explicaciones pero la cosa acabó, dialécticamente, como el rosario de la aurora. En carta a José Luis Castillo-Puche (1978), también panelizada en esa muestra de Madrid, se lee la versión senderiana: «Lo de Cela no tuvo importancia. Él dijo que estaba deseando que entraran los tanques rusos en Madrid. Yo le recordé que ya habían entrado en 1936 y que nos trajeron a Franco. Si eso era lo que quería (…) Luego la cosa se puso de veras estúpida, y lamentándolo porque había señoras, tiré del mantel, volqué platos, sopa gallega y cirios y me fui a mi cuarto diciendo que al día siguiente, era de noche, me iría un hotel». Sender se dio cuenta que había metido la pata con quien le hospedaba, le daba de comer y le guardaba sus cuadros, pero pronto se reconfortó y lo reconfortaron en el cainismo.