En la cena de hoy, o el almuerzo de mañana, nos desearemos paz, brindaremos por la paz, celebraremos nuestra paz. No es por amargarles la fiesta, pero la paz, o es para todos, o no es de nadie.
La guerra, esa repugnante lacra, compendio de todos los males, continúa en el mundo. En África, continente eternamente castigado, arden los conflictos de Etiopía, Yemen, Mali, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo, Mozambique, Eritrea y norte de Nigeria. En otros lugares de África, los ataques de Boko Haram, facción local de ISIS/Estado Islámico, no suelen causar miles de muertes, pero desplazan a millones de personas. Las guerras de Yemen y Etiopía matan a más personas por hambre y enfermedades previsibles que debido a la violencia.
El conflicto de Siria se ha cronificado, al igual que la terrible y escandalosa invasión de Israel a Palestina. En el Afganistán talibán, la guerra abierta ha sido sustituida por la represión interna, que en absoluto significa la paz. Además, continúa el horror del narcocrimen, un tipo de guerra que no para de crecer, especialmente en México, América Central y Sudamérica, y la delincuencia y la violencia callejera azotan sin solución esas tierras hermanas donde la violencia estructural, que decía Galtung –aquella que no es siempre física–, se hace endémica. Y, cómo no, la publicitada Ucrania, guerra en la que participamos y donde Rusia y Occidente libran su perpetua guerra fría.
Cierto es que en los últimos siete años ha descendido el número de fallecidos en guerras, pero los muertos no son un indicador válido de paz, porque la paz verdadera es mucho más que la ausencia de muerte. En los años 90 el movimiento pacifista vivió un notable auge; por desgracia, sólo pareció durar hasta que fue abolido el servicio militar obligatorio. Convendría retomar la lucha por la paz. Estas fiestas brindaremos en familia para exorcizar los males que puedan acecharnos: el miedo, el hambre, la enfermedad, el exilio, la destrucción, la pobreza, el dolor físico y moral, la mutilación, la locura, la muerte. Es decir, todos los ingredientes de la guerra. Pero como decía Gandhi, «para una persona no violenta, todo el mundo es su familia».
Pasen unas buenas y pacíficas fiestas.
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Una lúcida reflexión. Los artículos de Francisco González suelen señalar esos puntos ciegos que tendemos a ignorar en la vida cotidiana pero siguen ahí, como un elefante en la habitación al que no queremos ver.