Buena parte de la ciudadanía, la mayoría de los presentadores televisivos del tiempo, alguna política despistada y la prensa en general celebraban esta semana las altas temperaturas de nuestras islas, temperaturas que permitieron que la llegada del Año Nuevo fuera especialmente festiva. En realidad no es una buena noticia (como tampoco es una buena noticia que Balears sea la comunidad donde más ha crecido la matriculación de vehículos, ni lo es el enésimo récord anual de turistas).
Llamar «buen tiempo» al calentamiento global y alegrarse cuando pasan meses sin llover es una barbaridad. Una atmósfera a 25 grados y un mar que en enero está a casi 20 grados es una terrible anomalía. Pasar calor en diciembre y enero debería asustarnos, no alegrarnos. 2022 fue el año más cálido y el tercero más seco desde que hay registros, según datos oficiales de la Agencia Española de Meteorología. El larguísimo verano balear fue un infierno y, como dice el tópico, tal vez haya sido el más frío del resto de nuestra vida.
Pudiera parecer que dos grados más de temperatura media es poco, que es una pequeña variación para un humano; entenderemos mejor el problema del planeta si imaginamos más bien a una persona que en lugar de estar a sus habituales 36,5 grados estuviera a 38,5 grados. El planeta tiene fiebre porque está enfermo, y la enfermedad no es motivo de alegría.
Tomar el sol y bañarse en el Mediterráneo en invierno, lejos de ser una fiesta, debería sentirse emocionalmente como revolcarse en el pus de una herida gigante. Deberíamos aprender a hablar de días soleados o secos y días nublados o lluviosos, sin más, y los presentadores televisivos antes que nadie. No existe el mal tiempo, porque sin eso que llamamos mal tiempo no hay vida. El invierno es bueno, bello y necesario. Amar y apreciar la lluvia, el viento, la nieve, las nubes, la niebla y el frío será parte imprescindible de nuestra formación ecológica, porque son necesarios en el ciclo natural que nos permite estar vivos. La inconsciencia frívola no es una opción. El buen tiempo ocurre cuando cada año, entre enero y febrero, sin faltar a su cita, el Puig Major enseña un penacho de nieve en su cima. Lo demás es locura suicida.
2 comentarios
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Casi no saboreo el invierno, pensando en el futuro verano... será duro.
Totalmente de acuerdo: nada que celebrar. Es preocupante ver cómo incluso cuando empezamos a ver las orejas al lobo en primera persona no nos damos cuenta del peligro que entraña esta situación. Basta echar una ojeada a los embalses para tener una visión muy clara de la pobreza de nuestros recursos para afrontar situaciones extremas, y más si tenemos que soportar el turismo de masas que, sí, da trabajo, pero riqueza solamente a unos cuantos. Esperemos por el bien de todos que sí llegue este invierno la nieve a la Serra, y sobretodo que venga sin catástrofes aparejadas...