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La multitudinaria manifestación celebrada el pasado fin de semana en Madrid para protestar contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y sus alianzas políticas fue un aldabonazo cívico que constata una novedad: la calle ha dejado de ser patrimonio exclusivo de la izquierda.

Una novedad ante la que Sánchez reaccionó mal. No es exagerado calificar de indecorosa su respuesta estableciendo una comparación entre la manifestación que días atrás convocaron en Barcelona los partidos separatistas para reclamar la independencia de Cataluña y la que en Madrid que reunió a decenas de miles de ciudadanos en defensa de la Constitución. Esas calles de España a las que rara vez se atreve a salir por miedo a ser abucheado. La campaña desplegada por los medios afines a La Moncloa en los días previos tratando de identificar la convocatoria de Madrid como una manifestación promovida por la extrema derecha fue un fracaso. La presencia de líderes políticos como Inés Arrimadas y Begoña Villacís de Ciudadanos o la eurodiputada Mayte Pagazaurtundúa, o referentes sociales como el filosofo Fernando Savater o el escrito Andrés Trapiello, arruinó la insidia.

Fue una protesta pacífica. Inequívoca en el rechazo al Gobierno en general y a Pedro Sánchez en particular. Asistió mucha gente y los discursos de los presentadores tuvieron un hilo conductor diáfano que se resume en la idea de que es necesaria defender la vigencia de la Constitución a la que amenazan los pactos de Sánchez con enemigos declarados de la unidad de España como son ERC y Bildu. No es lo mismo oír este tipo de alegatos en la intervenciones de algunos líderes en el Congreso de los Diputados que escucharlos en la calle respaldados y amplificados por el clamor de miles de ciudadanos.