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Cuando, por fin, Alemania cedió a las presiones norteamericanas y otras internacionales, y decidió regalar sus famosos tanques Leopard-2 al Eejército ucraniano, España y otros países del entorno, decidieron sumarse a la actividad caritativa y enviar los restos de los suyos a la contienda.

Como viene ocurriendo desde que se inició el conflicto, nuestro país se ha vuelto donador de material bélico. Llevamos meses colaborando en actividades formativas, con aportaciones de infraestructura armamentística y con la cesión de buques de guerra y otros grandes prototipos como son, ahora, los tanques félidos. Quizás sea una cuestión de seguridad nacional, pero, a día de hoy, nadie del Gobierno que nos ocupa, ha dicho con claridad lo que hemos dado y dejado de dar. Lo cual hace que la rumorología forma parte del estado de la cuestión. Al parecer, a lo largo del otoño pasado, los ministerios de Defensa y Exteriores acordaron la donación a Ucrania de cuatro fragatas que estaban a punto de ir al desguace a cambio de la promesa por parte de la Unión Europea de financiar la construcción de cinco nuevas para la Armada española en el plazo de una década. Un negocio en el que el Estado español jugó a caballo ganador. Curioso juego el de un Gobierno sostenido por partidos pacifistas, antibelicistas y antiarmamentistas. Tal vez esa sea la razón del silencio institucional y de esa falta de información que da lugar a la rumorología consentida.

Ahora, para no ser menos que nuestros vecinos europeos, los antiguos Leopardos que compramos a Alemania hace más de dos décadas y que permanecen oxidados en varios centros logísticos del Ejército, van a ser limpiados y puestos a punto para estrenarse en la guerra de marras. Lo que no sabemos es cuántos, ni cómo, ni a cambio de qué. Los Leopardos españoles son secreto de Estado.