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Siempre he viajado a Málaga por motivos laborales (congreso o curso de verano) y siempre quiero volver como turista. La descubrí en 2018 por lo que no soy testimonio de la transformación radical de la ciudad que ha durado casi tres décadas; sí lo soy de su consolidación como destino donde siempre pasan cosas. El motivo del artículo es poner a Málaga como ejemplo a seguir frente a una Palma decadente, malhumorada y que solo sabe dar tumbos sin dirección ni consenso. Málaga es una ciudad alegre, llena de vida y volcada al turismo que también disfruta el local como pueden contarte en cualquier barra o cuando se les ve pasear plácidamente por su concurrida calle Larios. He querido indagar en las claves de su éxito y muchas de ellas son totalmente inexistentes aquí y en nuestras instituciones. Lo primero a destacar es la estabilidad política municipal (1995-2023) que se manifiesta en un alcalde ya octogenario. Ello ha llevado a un liderazgo claro y un rumbo definido desde los años 90 y parte del mérito puede personalizarse en un carismático e incombustible Francisco de la Torre que lidera un sólido equipo de gobierno.

Es una ciudad con hoja de ruta clara y sostenida por sus dirigentes pese a dificultades puntuales y fracasos en algunos proyectos (no ser capital cultural o las crisis de 2000 y 2011). De hecho Málaga ha seguido una senda cultural impresionante a pesar de no haber triunfado en su candidatura. Obviamente es importante haber sabido reclamar el dinero del Estado que se visibiliza en un magnífico aeropuerto, autopistas o metro y trenes que conectan la ciudad de una manera impecable (inversiones estatales superiores a 1.000 millones de euros entre 2007-2009).

La competencia con otras ciudades –circunstancia inexistente en Mallorca o en Balears– ha sido un revulsivo (concretamente la rivalidad con Sevilla) y la ciudad supo atraer inversiones del gobierno autonómico que conllevó proyectos tan potentes como el Museo Picasso, la universidad, el muelle 2 o el metro de Málaga. La génesis de todo radica en la propia ciudad y su gobierno local que no ha dejado de plantear proyectos estratégicos como integrar el puerto con la ciudad, transformar la calle Larios, palacio de ferias o el polo digital. Todo ello ha llevado al sector privado a invertir y a confiar y a trabajar codo a codo con el sector público. Esto es lo que ahora muestra Málaga en sus calles planteando nuevos retos que arrancan en 2023. Grandes políticos entregados a su tierra han generado un sólido ecosistema de apoyo a emprendedores y captación de inversiones (gobierno regional, ayuntamiento, universidad, colaboración público-privada). Allí los frutos se tocan mientras nuestra Palma languidece con cuestionables proyectos faraónicos. Puede que algún mallorquín de veinte apellidos –tribu anecdótica a la que pertenezco– no encaje las críticas y me espete un Queda't a Málaga i no tornis. Así nos va, sin capital, ni liderazgo, ni saber lo que queremos.