En este libro, el poeta se expresa en epigramas, que son composiciones poéticas breves que formulan un pensamiento ingenioso con gran acierto. Para estos epigramas adopta el heterónimo de Claudi Valeri, es decir un nombre diferente al suyo con el que se arroga la personalidad fingida de un autor imaginario. Claudi Valeri se nos presenta como rico por nacimiento, apasionado por la poesía y por el amor y partidario de la concisión en su expresión literaria. Como suele ocurrir en las recreaciones del pasado, aunque como en este caso sea un pasado literario, lo que el autor nos ofrece es su visión personal desde el presente y desde su propia realidad.
Hace años que conozco a Ponç Pons. Vino a verme una tarde de 1980 –¿o era una mañana?– a la casa de mis padres, donde yo vivía todavía con Rosa, mi mujer, y escribía frenéticamente, viendo pasar el tiempo por la ventana. Un tiempo hecho de humedades y lodazales de la calle –antes camino– de Santa Bárbara, con una tanca –un cercado– donde pastaban corderos la escasa hierba de esta tierra pobre, maltratada por la tramontana que es Menorca. Creo que Ponç Pons había publicado por entonces –o estaba a punto de hacerlo— un libro de narraciones titulado Vora un balcó sota un mar inaudible, y algún entrañable libro de poemas. Porque es un autor entrañable, sencillo, metódico y muy anclado en su patria o màtria como diría el poeta, con ecos del matriarcado de la lengua catalana en la variante menorquina y de la tierra que le alimenta a él y a su literatura.
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