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La proximidad de las elecciones de mayo y el progresivo deterioro de las expectativas de renovar el poder tienen a toda la izquierda al borde de un ataque de nervios.

A Francina Armengol no le salen los números, en gran parte por méritos propios, pero también como consecuencia de los disparates legislativos del Gobierno central y por las meteduras de pata e incompetencia demostrada del alcalde de Palma a lo largo de la legislatura.

El asunto de la falta de vivienda y su indolencia al respecto a lo largo de ocho años está acabando de lastrar los pronósticos del Pacte, algo que las hilarantes ocurrencias de Neus Truyol no han hecho más que destacar.

Més, por su parte, piensa que su problema es únicamente de estética personal, y por eso ha fichado a una personal shopper, Marta Pontnou, del entorno de Bildu y ERC, para mejorar la apariencia de sus líderes. Conociendo el paño, no lo tendrá nada difícil, aunque corre el riesgo de que alguno de los dirigentes ecosoberanistas acabe pareciendo que va disfrazado o acicalado para la boda de un cuñado. Encara riurem.

Los de Unides Podem se han pasado toda la legislatura poniéndose de perfil mientras cobraban religiosamente sus nóminas, o lidiando con las clásicas purgas internas, propias de cualquier partido comunista. Esperan mantener resultados, pero sin duda la gestión de su ministra Irene Montero, musa de los delincuentes sexuales, va a pesar en el ánimo del electorado, sobre todo en el de las mujeres. Así que tampoco están como para echar cohetes.

Así las cosas, los más optimistas cálculos de Armengol dependen de los resultados de dos formaciones ajenas al Pacte: el PI y Vox.

Si el PI consigue entrar en el Parlament, la presidenta y una gran parte de los analistas auguran que los de Melià preferirán otorgar el poder a un nuevo Pacte –con Podemos, obviamente, incluido– antes que darlo a un ejecutivo del PP que pudiera precisar el apoyo de la extrema derecha.

En último término, Francina confía asimismo en que Vox divida de tal manera el voto del centro y la derecha que no le basten los escaños a Marga Prohens para formar un gobierno estable.

Así que, paradójicamente, la gran esperanza del Pacte se encarna en Jorge Campos y en Fulgencio Coll, de modo que el potencial elector de derechas tiene necesariamente que hacer la siguiente reflexión: O vota con las tripas a quienes hacen el discurso más incendiario contra las políticas de Sánchez y Armengol, a riesgo de que ello suponga mantener a los socialcomunistas en el poder, o vota con la cabeza y prioriza un gobierno fuerte y centrado que no dependa de las ocurrencias de partidos ubicados en los extremos. No hay más.

Nada de ello debe confundirse con la legitimidad que debe presumirse en cualquier formación que acepte el juego democrático. Pero defender opciones legítimas no significa que éstas sean viables, razonables o que aporten soluciones a los ciudadanos.

En Vox predominan el liderazgo personalista y las reacciones flamígeras, que le granjean el favor del público más indignado. Coll y Campos, tan diferentes y enfrentados en lo personal, comparten, no obstante, una carencia absoluta de equipo, la ausencia de propuestas y su fobia por la lengua catalana. Con estos mimbres tan endebles no se puede gobernar nada.