Las fábulas se han transmitido a lo largo de siglos para contar una historia didáctica con personajes animales. Vamos a ver cómo funciona a la inversa la narración, con una mezcla de parábola, de una historia ficticia con personas para ilustrar la realidad de los perros.
Una vez una madre le dijo a uno de sus hijos que le había elegido para ayudarle en las tareas del hogar, pero, a cambio, tendría que dormir en el suelo, mientras sus hermanos, exentos de trabajo, yacerían en una cama. Si no cumplía bien, podría zurrarle y, además, iba a hacer un curso para aprender a cuidar a sus otros vástagos, pero no a él. Era absurdo e injusto, pero una ley amparaba esa desigualdad. Sin argumentos racionales, pero gestada por canes y, por tanto, con suficiente autoridad para bendecirla y ejecutarla.
Partamos de la base de que la Ley de Bienestar Animal impulsada por Podemos, pese a sus fallos, es un gran paso adelante. Una sociedad que no castiga, no sólo el maltrato a los animales sino también su sufrimiento, no es una sociedad avanzada. Porque ni la economía ni el ocio pueden edificarse en el dolor. Y ni siquiera la alimentación. Demasiado se ha tardado en este país lograr el reconocimiento de los derechos de los animales.
Está muy bien que la norma considere delito el maltrato e imponga penas más duras, aunque los años de inhabilitación para la tenencia de animales de un condenado sean una burla. Lo mismo el cambio de penas por multas. Lo malo de la ley es que no es realista, así que se convertirá en papel mojado. Hay aspectos que nadie puede controlar, como las 24 horas sin atención de un perro o que un niño tenga un hámster en su casa, que llegan a ser absurdos. Tampoco la restricción de venta de perros y gatos en tiendas supondrá la eliminación del mercadeo de animales, que el Seprona debería estar vigilando desde hace años en portales de compra-venta donde explotadores de camadas se forran sin declarar. Si no hay denuncia, y aun así, no habrá persecución.
Pese a los errores, se observa el espíritu de una ley progresista y necesaria. Pero la absoluta decepción es la desigualdad de una norma que supuestamente debe perseguir justicia. El PSOE ha sucumbido al lobby de la caza y ha materializado su gran traición. Excluir a los perros de caza, esos galgos utilizados y asesinados en decenas de miles, es muy mezquino y cobarde. Es como hacer distinciones entre los hijos de la fábula. Podemos no debería haber cedido. Es dar libertad y no castigar a los que matan a sus perros ahorcados cuando ya no les sirven.
Hay más incongruencias. Una ley que también deja fuera a los perros de trabajo, a animales despellejados para servir a la industria peletera, a la tauromaquia, a los cetáceos explotados para el ocio de visitantes, o a las aves enjauladas, sólo prohibidas en hogares si no son autóctonas, se queda corta.
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