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Cualquier palabra acerca de la moción de censura presentada por Vox con Ramón Tamames como portavoz de este brindis al sol parecería ya una palabra de más. Casi todo ha sido dicho y casi todo remite a lo mismo: la inutilidad de la iniciativa en términos prácticos porque los números para tumbar a Pedro Sánchez no dan y, de ahí, lo discutible de activar un mecanismo ideado para sancionar a quien, en la práctica, va a salir reforzado. Todo se sabía a partir de la filtración del discurso de Tamames y, por lo mismo, no ha sorprendido a nadie una proclama cuya almendra consistía en reclamar a Pedro Sánchez que convocara elecciones legislativas haciéndolas coincidir con las autonómicas y locales del próximo 28 de mayo.

Sánchez ni ha tenido en cuenta lo dicho por Tamames, ni le preocupa la catilinaria de Santiago Abascal, actuando para la ocasión de telonero del candidato. Y lo han hecho a sabiendas de que Sánchez y sus ministras replicantes lo están utilizando para cargar contra Alberto Núñez Feijóo, ausente por voluntad propia del debate. Santiago Abascal no oculta lo que esperaba obtener de la iniciativa: presencia mediática, tiempo en la televisión. El espacio televisivo que no consigue en las sesiones de control al Gobierno porque, pese a sus 52 diputados, a Vox le corresponde el mismo tiempo que al PNV que solo tiene seis.

Estamos pues ante una moción condenada al fracaso en lo esencial: Ramón Tamames no conseguirá los votos suficientes para ser investido presidente, Pedro Sánchez seguirá en su sitio y el aparato de propaganda de La Moncloa convertirá el debate en un relato de éxito. Abascal como impulsor y Tamames como instrumento le regalan oxígeno político a un Pedro Sánchez que está aprovechando la ocasión para cargar, no contra el viejo profesor sino contra Alberto Núñez Feijóo, el líder del Partido Popular. Curiosa reedición de lo qué en su día y con otros protagonistas, se llamó la ‘pinza'.