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Cada año que pasa me da la sensación de que la celebración de la Semana Santa pierde más su sentido religioso para convertirse en unos días de asueto laicos. El siglo XX ha sido el siglo de oro del laicismo en el que los países occidentales dejaron de ser confesionales y pasaron a titularse laicos o aconfesionales. Ya a finales del siglo XIX, Nietzshe esbozó la idea de que Dios había muerto y que nosotros lo habíamos matado, que el hombre moderno había dejado de necesitar la figura patriarcal de un ser superior sobre el que se había constituido la civilización. Pero el peligro está en que la pérdida de valores y puntos de referencia podría conducirnos al nihilismo o a sustituir a Dios por otras deidades, como ocurrió con Marx, Lenin y Hitler, otra trinidad comunista-fascista.

Según el mismo filósofo, no se puede estar mucho tiempo sin dioses y estas descreídas sociedades encontraron remplazo en otras religiones laicas como el medio ambiente, el cambio climático, el fútbol, elevando a los altares paganos a su pequeños dioses (Maradona, Ronaldo, Mesi…), el egocentrismo, las ideologías, etc.

El cristianismo ha ido sustituyéndose en la mayoría de estos países por lo que Abimarlida García denomina una religión de Estado o religión laica. Están siendo adoctrinados con fuerza con esta nueva religión, que desempeña la misma función que cumplía el cristianismo, pues el laicismo integra dos componentes a la religión: moralidad y universalidad. Los Estados laicos adoptan como propias los códigos morales laicistas.

En España lo estamos experimentando de forma radical. Se predica una moral concreta con un conjunto de creencias que se manifiestan de forma fundamentalista en las leyes (aborto, eutanasia, solo sí es sí, familia, libertad sexual, etc). Las penas religiosas son sustituidas por las de los códigos y por el rechazo social y se convierten en la única moral posible que todos deben practicar.

No hay Estados neutrales frente a sus preferencias morales. Aquí es la izquierda quien impone su doctrina, pues ejerce la hegemonía cultural y en concreto, el ala más radical del Gobierno a quien Sánchez ha delegado esta función. Franco la encargó la moral y la educación a la Iglesia católica.