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Pocos teólogos están enterados, pero el séptimo día Dios no descansó, porque ahí aún faltaba algo. Algo que dotase de sentido a la Creación. Una vez implementado el universo y todas las criaturas, el Supremo Hacedor dijo «Háganse los precios», y los precios se hicieron. Si el sexo fue la broma más pesada de Dios, que todavía le provoca carcajadas miles de millones de años después, los precios de las cosas y de cada cosa, siempre indescifrables y abusivos, siempre mudadizos, son la verdadera manifestación metafísica del destino. Es decir, de su voluntad divina. Luego sí, luego el octavo día ya descansó con la satisfacción del deber cumplido. Nos íbamos a enterar de lo que vale un peine. Ignoramos si el universo le salió rentable, o si todavía quedan galaxias, energía oscura y constantes cosmológicas por amortizar, pero de la maldición inexplicable de los precios no hay quien se libre. Hoy mismo, como a lo largo de la historia de la humanidad, no se habla de otra cosa. De precios, de la eterna estafa de los precios.

Siempre imposibles (como Dios), siempre inalcanzables para la plebe (los desiguales, antes llamados chusma), siempre inexplicables. Ahora para explicarlos se recurre a la inflación subyacente, el euríbor, los tipos de interés, la escasez energética, la guerra, los grandes beneficios de las eléctricas y la banca, etcétera. Sin olvidar la mano invisible del mercado, la oferta y la demanda y demás dogmas teológicos que componen las previsiones del FMI. Los porcentajes, los indicadores macroeconómicos, los índices medidos en décimas. ¡En décimas! Qué precisión tan vaporosa. Es igual. Ante el drama de los precios sólo cabe decir que Dios lo quiso. Está de Dios.

Casi todas las grandes novelas clásicas, hablen de lo que hablen, hablan de precios. De ahí surgieron Los miserables, el Lazarillo y el naturalismo de Zola. Crimen y castigo y Almas muertas. Cualquier lector avezado entiende más de precios que un inspector de precios. Sé lo que digo porque yo he sido ambas cosas. Y aun así, lo único cierto del asunto es que se trata de algo teológico, metafísico y referente a la ontología del ser, el universo y el destino. Y que todo tiempo pasado fue aún peor.