Pocos teólogos están enterados, pero el séptimo día Dios no descansó, porque ahí aún faltaba algo. Algo que dotase de sentido a la Creación. Una vez implementado el universo y todas las criaturas, el Supremo Hacedor dijo «Háganse los precios», y los precios se hicieron. Si el sexo fue la broma más pesada de Dios, que todavía le provoca carcajadas miles de millones de años después, los precios de las cosas y de cada cosa, siempre indescifrables y abusivos, siempre mudadizos, son la verdadera manifestación metafísica del destino. Es decir, de su voluntad divina. Luego sí, luego el octavo día ya descansó con la satisfacción del deber cumplido. Nos íbamos a enterar de lo que vale un peine. Ignoramos si el universo le salió rentable, o si todavía quedan galaxias, energía oscura y constantes cosmológicas por amortizar, pero de la maldición inexplicable de los precios no hay quien se libre. Hoy mismo, como a lo largo de la historia de la humanidad, no se habla de otra cosa. De precios, de la eterna estafa de los precios.
Teología de los precios
Palma15/04/23 0:29
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