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De los pequeños placeres de cada día se habla y escribe mucho, yo diría que demasiado, son casi un género literario, y de los relamidos. El primer café, la ducha matinal, los días despejados, la primera cerveza, los zapatos nuevos, el canto de un mirlo, el olor de las tostadas, esa chaquetita de punto, el periódico recién comprado, ella con el pelo mojado. Cosas así, pequeñeces. Pero que según nos han contado mil veces, alegran la vida, porque a diferencia de los grandes placeres, están al alcance de cualquiera. No digo que no, pero tanta insistencia es sospechosa, porque de las pequeñas cabronadas no se habla. Para mí que esos pequeños placeres están sobrevalorados, y en cambio, las pequeñas putadas, por su irrelevancia, carecen de audiencia.

A la gente le gusta jactarse de que sus desgracias son épicas, colosales, y no mencionan las jodidas pequeñeces diarias. Siendo así que las pequeñas cabronadas molestan más que lo que placen esos placeres mínimos. Las interrupciones, por ejemplo. Me fastidia muchísimo que me interrumpan los metomentodo, tanto si estoy haciendo algo como si no hago nada, y tendrían que cantar numerosos mirlos para compensarme ese fastidio. Además, yo no oigo a los pajaritos, ni desayuno tostadas. El gran placer de las mañanas es dormir hasta las once, cuando se puede, y luego ya empiezan las contrariedades. Pequeñas, pero cabronas. Tengo que hacer lo que no hice ayer, que cualquiera sabe qué es. Las molestias físicas, los achaques.

No acordarte de una tontería, de las urgentes. Libros que desaparecen; libros muy queridos que al releerlos cuarenta años después son una mierda, clásicos culturales incluidos. Una pésima noticia de ti mismo. Por qué subrayaría yo esto, refunfuñas. Pelis de acción donde siguen estallando coches, menudo argumento. Intentar informarse y tropezar sólo con predicadores y predicadoras. Que ya no existan deuvedés. Ni casi mirlos, ahora que caigo, pero sí gentes muy dinámicas y ruidosas que quieren esto o se quejan de lo otro; quejicas entusiastas. Las novedades de cada día, peores que las rutinas. Mejor no sigo con las pequeñas cabronadas de la vida. No hay suficientes pequeños placeres para equilibrarlas un poco.