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La forma más eficaz de asegurarse de vender tu producto es generar polémica. La serie documental producida por Jada Pinkett Smith viene envuelta en controversia. ¿La razón? Glosa la vida de Cleopatra, la última reina egipcia de la Antigüedad, y la tesis que sustenta es demostrar que era negra. Ignoro si habrá algún historiador, arqueólogo o especialista capaz de asegurar semejante boutade y sostenerla con pruebas. Me inclino más a pensar que se trata de otra cruzada del lobby negro norteamericano que, del mismo modo que el lobby gay hace unos años, intentan atraer todas las ascuas a su sardina. Pero no lo hacen con hechos, logros o merecimientos, sino con ridículas mentiras que nadie medianamente culto –ni siquiera alguien que prestó atención al profesor en las clases de historia del instituto– podría tragar. Cleopatra era egipcia por invasión. Nació allí y gozó de la cultura, costumbres y creencias del Antiguo Egipto faraónico porque su familia –la extranjera dinastía ptolemaica– conquistó el país.

Ella era de estirpe macedonia, como Alejandro Magno. Una zona, Macedonia, que en nuestros días perteneció a la extinta Yugoslavia y hoy es un país independiente por un lado y una región griega, por otro. De cualquier forma, ninguno de esos territorios, ni los actuales ni los antiguos, fueron africanos, por lo que es imposible que alguien procedente de allí fuera negro. ¿Que a los negros americanos les hace una ilusión bárbara que Cleopatra fuera negra? Pues qué bien. Quizá también puedan adjudicarle esa raza a Yuri Gagarin, Shakespeare, Einstein o Mozart, a cualquier personaje histórico con un logro equis. Lo que tienen que hacer los negros es indagar en su propia historia, que la tienen, y muy jugosa. No apropiarse de la de otros.