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Los más recientes estudios científicos concluyen de forma demoledora que ninguna cantidad de alcohol es buena para el organismo humano. Nada, ni una gota. Aquel mantra tan cómodo para los aficionados a las copas de que el vino y la cerveza son saludables pasa a mejor vida. El consumo de alcohol es venenoso, como el tabaco. Recuerdo hace lustros cuando en Balears se quiso sacar adelante una ley que penalizara los desmanes de quienes se emborrachan y hacen los típicos desastres: peleas, violaciones, accidentes, balconing... esas perlitas con las que muchos turistas –y autóctonos– nos deleitan todos los años en plena temporada. Ocurrió en aquel momento que cuando los legisladores se pusieron manos a la obra a especificar qué prohibir o limitar, y qué no, se encontraron de frente con el sector de productores de vino, que veían peligrar su negocio. Entonces optaron por la clásica solución salomónica que demonizaba toda clase de drogas y alcoholes fuertes, pero dejaba fuera a lo que nos podía afectar económicamente: cerveza y vino. Este tipo de apaños acaba por transmitir la idea equivocada de que esas bebidas no hacen daño. Pero resulta que sí. Da igual, somos un país alcoholizado que se escandaliza cada vez que alguien pronuncia una sola palabra contra el consumo habitual. A la mayoría de la gente le gusta beber, embotar el cerebro, desinhibirse y convertirse en el gracioso del grupo. La niebla alcohólica nos hace felices. Al poder también. Le encanta que millones de españoles estén permanentemente drogados, sin criterio. La edad de inicio se ha adelantado a los 14 años, la media de consumo es de 12 litros de alcohol puro al año y ocho de cada diez ha bebido en el último año. Pero sigamos engañándonos.