Hace tiempo que pienso que estamos demasiado regulados, muchas limitaciones, poca libertad. Sin embargo, hay una prohibición que deseo y habría votado al partido que la hubiera promovido. Hay que impedir el acceso de los menores a todas esas redes sociales tan abyectas. Los humanos somos tan torpes que no actuamos hasta que llega la tragedia; reparamos, en vez de prevenir. Nos pasa porque no tomamos en serio los perjuicios si no son inmediatos. Y el daño ya está hecho.
Hay un podcast de Marian Rojas Estapé que he enviado a todas mis amistades y a algunos docentes. Si tienes hijos, deberías escucharlo. Y ellos también, como yo he hecho con los míos. La autora es madre, extraordinaria oradora y divulgadora, y psiquiatra, así que habla con autoridad. En ese audio explica los efectos de TikTok en nuestro cerebro. Cómo las redes sociales están destrozando a los chavales, haciéndoles drogodependientes emocionales, con un sistema de recompensa inmediata y sin esfuerzo, que satisface sus neuronas con vídeos cortos en los que el movimiento, la luz y el sonido generan una hiperestimulación, que a su vez provoca un grave deterioro cognitivo. El resultado es una intoxicación de dopamina, con niños y jóvenes sin tiempo para la reflexión y con su salud mental destruida.
Estas plataformas sin ética trabajan con algoritmos para dar una droga visual personalizada y buscan, sedientas, usuarios. La respuesta de un directivo de una de ellas a la psiquiatra refleja el grado de perversión y falta de escrúpulos: no hay ninguna empresa que pueda hacerles sombra; su competidor es el sueño. Así que en su repugnante ansia de negocio su meta es darte contenidos para que no duermas. O a tus hijos, que carecen de criterio. Sí, son los padres quienes debemos regular el uso de la tecnología, pero ya es tarde para nadar contracorriente, sobre todo cuando la ola tiene la dimensión de un tsunami.
Las escuelas públicas de Seattle han presentado una demanda pionera contra los gigantes tecnológicos propietarios de TikTok, Instagram, Facebook, YouTube y Snapchat. Les culpan directamente del empeoramiento de la salud mental de los niños y sus problemas de comportamiento como ansiedad, depresión, trastornos alimentarios y ciberacoso. En 2022 se registraron más de 70 pleitos contra estas empresas, de los que al menos siete son de padres cuyos hijos se suicidaron. No es casualidad que los ricos gurús digitales que desde Silicon Valley crean y venden tecnología eduquen a sus hijos en colegios sin pantallas.
Ningún niño debería poder abrir un perfil en ninguna red social. Su acceso debería ser posible sólo bajo supervisión de un adulto y mediante solicitud presencial, con incluso formación previa para los padres que van a lanzar a su hijo por un precipicio sin paracaídas. O nos damos prisa o no habrá solución.
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