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Los dragones chinos tienen cinco dedos en las garras, sus descendientes coreanos cuatro y los japoneses, importados de China, tres. Los europeos no cuentan, porque no son auténticos dragones, simbolizan poco y además, a diferencia de los orientales, están casi extinguidos desde hace siglos. A los menos versados en criaturas míticas de la mente les puede extrañar que tres países geográfica y culturalmente próximos (el idioma japonés aún es bastante chino, sólo hace mil años que empezó a distinguirse su escritura), intenten diferenciarse incluso en el número de dedos de los dragones, por lo demás similares en tanto que emblemas de poder (eran la personalización del yang, y el signo de los emperadores), si bien los dragones coreanos son más sabios y benevolentes. Parece raro, pero no lo es. Al contrario, porque esos dragones, en tanto que símbolos de identidad nacional, por fuerza deben distinguirse de otras identidades, aunque el resto de características (cuernos de ciervo, morro de camello, nariz de perro, bigotes de bagre, cuerpo de serpiente, escamas de pez) sigan siendo las mismas. De alguna forma se tiene que notar que hay dragones y dragones, aunque los dragones no existan. Pasa con todas las jodidas identidades, individuales o colectivas, nacionales, de género, de grupo y hasta de estilo. Puede parecer que tal partido político, sobre todo si es de izquierdas, es idéntico a los demás que combate, o que tal novelista de thrillers escribe como todos los novelistas de thrillers, o que esta peli es un remake de mil pelis, pero ah, si te fijas observas que allá al fondo está el dragón moviendo los deditos. Tres, cuatro o cinco, menuda diferencia. La chifladura de las identidades. Todas se parecen en su ansiedad por distinguirse, y la pasión humana por diferenciar entre individuos similares es tan violenta como la de unificar a los diferentes. Ambas operaciones mediante el poder de los símbolos y leyendas, claro está. Que es precisamente el poder del dragón, tenga los dedos que tenga. Una criatura benigna, pero que no veas cómo se pone si la sacan de quicio. Yo ahora estoy releyendo El corazón de la literatura y el cincelado de dragones, de Liu Xie, siglo VI.