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Me hablaba no hace mucho un taxista ibicenco de familias pitiusas –de incontables generaciones atrás– emigradas por no poder pagar el alquiler o hipoteca en su propia tierra. Primero en Ibiza, ahora en Mallorca y pronto en Menorca, están las habitaciones de alquiler a casi mil euros, y balcones y bañeras a quinientos. Vivir solo en las Islas es ya un lujo absoluto. Y no sólo la vivienda: todo es muy caro. Mientras, abren exclusivos hoteles boutique de lujo y restaurantes de los que en vez de tener cocinero tienen chef, para los ricos muy ricos, y proliferan hasta el infinito los pisos turísticos. Al mismo tiempo, y como de costumbre, cada día más turistas borrachos (o más exactamente, borrachos turistas) llenan Magaluf y Playa de Palma y, en general, nuestras hormigonadas costas, algunos sin hotel, durmiendo en la playa o en la calle.

Empresarios extranjeros se han hecho con los bares y restaurantes de la plaza de mi pueblo, antaño lugar de café y reunión para los vecinos y hoy enfocados exclusivamente a las cenas turísticas, donde los nativos son recibidos con negativas cuando pretenden tomarse una pobre cerveza. Tan es así, que muchos cierran todo el invierno, dejando a los vecinos sin apenas establecimientos.

Casi todos los reclamos comerciales de nuestras calles, incluidos los que se hallan fuera de las zonas turísticas, están rotulados en inglés.

La vía de cintura está permanentemente saturada. El casco antiguo de Palma ha devenido un folclórico y abarrotado parque temático, al igual que Valldemossa, Deià y Sóller. El cabo Formentor y Formentera hubo que limitarlos en verano (¿y pagar entrada en breve?), y tal vez pronto Sa Calobra, quizás la serra entera. Etc.

Hay quienes afirman que las soluciones pasan por profundizar en el modelo, por confiar nuestro destino al arbitrio del libre mercado, la especulación y la globalización. Sabemos las consecuencias: Saturación, expulsión, transculturación, mercantilización, monocultivo turístico, contaminación y carestía. Ricos más ricos y pobres más pobres. Pocos estudios y mucha bandeja. ¿Es ése el presente y el futuro que queremos? ¡Ah, esperen, sí, es ése! Ya no me acordaba de los resultados electorales. Pues , me callo.