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Hay en el mundo una isla que tiene una Ley del Cielo. Es la isla canaria de La Palma. Es una ley que regula la luz. En La Palma, en la cima de uno de sus montes, hay un importante observatorio astronómico. En sus instalaciones, el trabajo comienza de noche por la sencilla razón de que la oscuridad se hace imprescindible en sus investigaciones. Para proteger la oscuridad, que en este caso es tanto como posibilitar la ciencia, La Palma puede poner una multa elevada a quienes violan la ley, la del cielo.

Pero hay otro cielo además del astronómico. Los antiguos sabían que, además de la posibilidad de mirar hacia abajo, gozaban de la posibilidad de mirar hacia arriba, hacia el cielo, y así ampliar y elevar sus prospectivas. Los niveles de contaminación no sólo han afectado a nuestro respirar aire, sino a nuestro aspirar alto. El deseo humano de tener más ha suplantado al anhelo del hombre de ser mejor. Los caprichos han asfixiado los anhelos. Hemos logrado progresar horizontalmente, pero no verticalmente; con lo que evidenciamos ser más mamíferos de necesidades que humanos de posibilidades.

Además de la ley del cielo canaria que posibilita un más largo alcance telescópico, debe haber la que posibilite un más largo alcance antropológico. También ésta podría aspirar a ser llamada con razón Ley del Cielo.