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Figúrense un ordenador capaz de replicar y simular el mundo hasta el último pelo de la pata de una mosca, y de actualizarse simultáneamente de manera que al morir esa mosca original, desapareciese dicho pelo, y brotasen allí innumerables moscas recién nacidas, a fin de mantener la exactitud de la réplica. Menuda realidad total. Y la cuestión es la siguiente. ¿Tendría ese ordenador el tamaño del mundo, como el mapa de Borges a escala de una milla por milla en su relato Del rigor de la ciencia? ¿Requeriría por el contrario la magnitud de una galaxia? Y de ser así, ¿cuánto tiempo haría falta para, partiendo del modelo de galaxia cibernética, miniaturizarlo hasta lograr el tamaño operativo de un móvil común? Ah, el arduo problema de las magnitudes. Porque si para resolver un problema necesitamos un artefacto mucho mayor, más complejo y costoso que el propio problema, aviados estamos. Al cabo tendríamos dos problemas, y monumentales.

El rigor de la ciencia reside en medir y pesar, y ahí tropezamos con la paradoja de la Torre de Babel, cuya colosal magnitud para alcanzar el cielo podría exceder en tamaño y volumen al propio cielo. Y luego llevaría un tiempo infinito miniaturizarla, a fin de que fuese manejable con vistas al mercado. Sin contar que una Torre de Babel de bolsillo no sirve para nada. Esto último le trae sin cuidado al mercado y no afectaría su comercialización ni su éxito bursátil, pero tampoco resuelve nuestro grave problema con las magnitudes, ni que ciertas soluciones excedan con mucho el tamaño de la cosa a solucionar. Por ejemplo.

¿Exige el rigor de la ciencia subir los tipos de interés 25 puntos básicos, hasta el 4 %, con la magnitud del destrozo que ello va provocar, y la ruina de millares de hipotecados? El BCE cree que sí, y que además es básico. ¡Puntos básicos! Una variante inversa del parto de los montes de Esopo (siglo VI aC), en el que un pequeño ratón pare una montaña aterradora. Lo cual es mucho peor que si la montaña pariese un triste ratón. Otro día hablaremos de la inalcanzable magnitud de lo básico, que es la llamada magnitud de la tragedia. De momento, a cada cosa que oigan, mídanle la puta magnitud.