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Napoleón recomendaba no distraer al enemigo cuando se equivocaba. Para el caso, a los adversarios políticos cuando solitos se meten ellos mismos en jardines de los que les cuesta luego salir. Basta con analizar la tranquilidad con la que Pedro Sánchez ha sustituido los mítines por el plató amigo de Ferraz para entender que está siguiendo la recomendación del Gran Corso observando como el PP se lía en las negociaciones con Vox. Los medios no hablan de otra cosa. Solo falta un mes para las elecciones y el PP está desperdiciando el viento de cola que impulsaba la victoria en los comicios de mayo. La precipitación con la que han culminado pactos con Vox en algunas comunidades (Valencia, Baleares) y determinadas concesiones a este partido están en el centro de la polémica porque desbordan el marco centrista en el que se sitúa ideológicamente Núñez Feijóo. Dado el escenario de bloques que define el escenario de la política española, el PP a diferencia del PSOE dispone de un margen limitado para pactar porque salvo el caso de Vox las fuerzas de su entorno (CC, Partido Regionalista de Cantabria o Teruel Existe) son minoritarias. Feijóo insiste en que su ideal sería una mayoría suficiente que les permitiera gobernar sin depender de nadie. Pero los hechos son lo que son y salvo un cambio del electorado que retire su apoyo al partido que preside Abascal, será con ellos con quienes tendrá que contar. Ni que decir tiene que no al precio de renunciar a los principios de un partido como el popular que se reclama de centro derecha liberal. La celeridad con la que se conformó el acuerdo que permitirá a los populares gobernar Valencia envalentonó a Vox. Como se ha visto en Extremadura, les ha llevado a tensar la cuerda hasta el límite de perder la presidencia de la cámara regional y, probablemente, conseguir que el socialista Fernández Vara siga siendo el presidente.