Días singulares

Los viernes en #sEstudi, mi particular espacio de trabajo, suelen ser, cuando menos, curiosos. Como aquel día que alguien paró en la puerta preguntando: ‘¿Tu padre escribe libros?’ Y terminamos publicando la biografía de Kurt Savoy.

A las ocho de la mañana, de modo excepcional (todos los días llego a las cinco), levanto la barrera, selecciono de la estantería el vinilo que marcará el ritmo de la jornada y mientras suena, repaso la agenda; tareas por hacer y por orden de importancia o urgencia van desapareciendo bajo la marca de un ‘visto’, que debería ser un ‘hecho’. Sobre las doce de la mañana suele sonar la puerta con alguna visita esperada; siempre surgen minutos profundos y otros banales, pero cada reunión es irrepetible. Hace unas semanas, mientras descorchaba el gvivm tinto de la Bodega Pere Seda, que compré a mi amigo Tòfol, se sentaban a la mesa David y Manel; su conversación suele cristalizar mi mirada.

David contaba que este año parecía que sus partidos con el juvenil del Español de Barcelona estaban saliendo redondos y exclamaba: «¡Imaginas que un día, desde las gradas, me vea un ojeador del Barça!». Yo sé que su toque de balón es mágico; sabe escanear la ubicación de sus compañeros en el campo y poner a pies de quién se le antoje el centro perfecto.

Manel, en sus turnos, nos narraba los avances del montaje que tiene entre manos. «En el último cásting, nos hemos decantado por Brando y Chaplin; aunque la cola estaba llena de talento; será la mejor versión, nunca hecha, de Esperando a Godot y añadía: «Seguro que con este, por fin, me forro. Debes ir mirando la casa perfecta para tu madre, con espacio para todos tus hermanos, sus mujeres e hijos. Por cierto, ¿cómo esta Fina?». No puedo evitar un temblor en la voz al estructurar mi respuesta: «La demencia en tan dura para los familiares y tan injusta con los pacientes». Todo tiene remedio menos la muerte.