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Emmanuel Macron, como siempre presionado por sus agricultores, a los que debemos tanto, ha decidido bloquear las negociaciones del tratado de libre comercio entre Europa y el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), al imponer nuevas exigencias, ahora ambientales. Así, la aprobación definitiva del tratado, que lleva ya más de veinte años de idas y venidas, vuelve a retrasarse.

Luis Ignacio Lula, el presidente de Brasil, el único al que se escucha fuera de su casa, ha puesto el grito en el cielo, con toda la razón del mundo (Argentina, sumida en un caos interno, no ha reaccionado porque ni tiene gobierno, ni tiene presidente): acusa a Europa de no tener visión, de no entender el mundo, de abandonar a Latinoamérica. La progresía europea, por su parte, no comparece: la solidaridad está reservada para los inmigrantes cuando ya están muriéndose, no cuando el barco empieza a hacer aguas.

Latinoamérica es hija de Europa; Brasil de Portugal; el resto, de España y, en el caso de Argentina, también de Italia. Latinoamérica quiere trabajar con Europa, porque se siente cómoda, porque se habla el mismo idioma, incluso en lo cultural. Pero Europa insiste en dejar que sea China quien se instale cómodamente. Argentina, en la ruina, sólo ha encontrado alguna ayuda en Pekín, que impone un precio vergonzoso; Brasil quisiera exportar a Europa, pero los agricultores franceses, que no compiten con sus productos, imponen su ley; y los pequeños se disputarían unas migajas que Europa jamás regala.

Para mí, lo realmente vergonzoso es que la agroindustria europea, auténticamente intensiva, invadida por la tecnología, la química y el marketing, completamente antiecológica, imponga su proteccionismo ante la pasividad de quienes se horrorizan con la pobreza del tercer mundo, con la expansión del poder chino, con la irrelevancia de Europa.

La Presidencia española de Europa podría reorientar este desastre diplomático y estratégico pero Sánchez, para ser sinceros, no parece estar pensando ahora mismo en eso. De hecho, hasta puede que sólo le queden unas semanas al frente del Gobierno, como para preocuparse de las relaciones con Latinoamérica.

O sea, que habrá que añadir algunos años más a estas negociaciones que se iniciaron con el milenio.