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Cuando no es por una cosa es por otra, pero de unos años a esta parte cada dos por tres los franceses reinician y actualizan la Revolución Francesa, ahora trasmitida por televisión al ser los filósofos de la sociedad del espectáculo, y con razón o sin ella pero cargados de indignación, montan unos ciscos formidables. Que naturalmente, los afrancesados de toda la vida contemplamos con estupefacción, mientras nos mueve a risa esa monserga de que España está muy crispada, y hay peligro de graves conflictos violentos. Mediáticos serán, porque comparados con nuestros vecinos esto es un remanso de paz, y somos más gobernables (por cualquiera) que un rebaño de ovejas. Con algún cabrito, claro está, pero ovejas en definitiva. Yo empecé a afrancesarme con Víctor Hugo y Dumas (Flaubert no, por favor), y me acabé de afrancesar con Boris Vian, ingeniero, novelista, periodista, trompetista de jazz y autor de novelas negras que le acarrearon condenas por ultraje a las buenas costumbres. A inicios de la guerra de Argelia, en 1954, cuando empezaban los reclutamientos, Vian escribió la maravillosa canción Le Déserteur (El desertor), todo un himno incitando a los reclutas a desertar, que fue prohibida de inmediato. Sólo se autorizó, y la cantó todo el mundo, con el final cambiado. Donde decía «llevo armas y puedo disparar», avisaba a los gendarmes «no llevo armas y me podéis disparar». Más pacifista, desde luego. Pero parece que ya entonces los franceses no picaron con el ardid, y basta ver un telediario para saber cómo las gastan. Parece que hacer la Revolución Francesa es su naturaleza, su identidad; a la menor provocación se sublevan en masa, lo rompen todo, y los disturbios suelen durar meses. ¿Y luego qué? Luego, lamidas las heridas y recuperado el ánimo, otra vez a empezar. Por esto o lo otro, es igual. Boris Vian llegó a usar con desenvoltura no menos de 37 heterónimos. Por eso sigo afrancesado, pero es un afrancesamiento estupefacto. Porque ahora es por el racismo y la violencia policial, pero antes fueron los chalecos amarillos o la edad de jubilación, y a veces ni sabes contra qué se amotinan los franceses. Y las francesas. A ver si no serán revoluciones literarias.