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Hay gente que cae bien, gente que cae mal y gente que cae fatal. Al tratarse de un fenómeno emotivo no está claro por qué, salvo que sea cierto el refrán de que más vale caer en gracia que ser gracioso. Hay auténticos cabrones que caen estupendamente, y tipos corrientes que parecen caer mal incluso a sus partidarios. Como el presidente Sánchez. Cuando el líder del PP, señor Núñez Feijóo, se permitió el extraordinario lujo moral de asegurar que la reforma laboral del PSOE era buena y no la derogaría, algo que nunca jamás diría un candidato que ha jurado derogar hasta al lucero del alba, comprendí que también él lo fiaba a todo a su convicción de que Sánchez cae muy mal a la gente, no le tragan, y lo demás no importa. Recordarán que aquella ley que ahora le gusta, salió por pura chiripa con su fiera oposición, por lo que el candidato presidencial Feijóo pone en bandeja la incómoda pregunta de por qué no la votó. Pregunta demoledora para un aspirante a gobernar, pero que no le preocupa lo más mínimo porque tiene la respuesta definitiva. Porque este Sánchez me cae fatal, podría decir. Asunto resuelto, razón más que suficiente. He leído miles de artículos en los últimos meses con ese mismo argumento. Que el presidente Sánchez no es gracioso ni cae en gracia. Y he escuchado cientos de opiniones que ni se molestan en argumentar lo mal que suele caer, con independencia de lo que diga o haga. Así que debe ser verdad. Al refrán me refiero. A la facultad de caer bien, y el oprobio de caer fatal. Eso del ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ típico del sentimentalismo digital. No suelo hacer caso de juicios emocionales y aunque sé que nuestra cultura actual es muy emotiva (todo lo es), nunca me he fijado si un presidente del Gobierno es simpático o no. A mí qué; no es esa su función. El atractivo personal me trae sin cuidado en política; si acaso, lo reservo para otras actividades. Que me reservo. Pero si el señor Feijóo, hombre serio, se arriesga a decir en plena campaña que la ley que tanto rechazó es buena, lo que está diciendo es que eso de legislar no importa en política. Lo que importa es caer bien, o no tan mal. Así que era verdad. El refrán. Ahora lo entiendo.