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Sigue la campaña con su letanía de descalificaciones y de acusaciones cruzadas; incluso la falta de carteros o las aglomeraciones en Correos son objeto de polémica. Pero, en medio de la tercera, cuarta o quinta ola de calor, con el país en alerta roja, y los termómetros a punto de estallar, nadie habla del cambio climático. No es un tema que parezca preocupar la necesidad perentoria y urgente de obtener agua para regadío y consumo. Contemplamos, sin mover una ceja, como se seca el pantano de Canelles, el más grande del Pirineo. Y como el valle del Guadalquivir bate todos los récords de calor con riesgo incluso de un aumento de la mortalidad.

¿En que condiciones van a ir a votar los ciudadanos si en la jornada electoral se baten los cuarenta y cinco grados en las calles? A ningún político se le ha oído en los mítines planes concretos de inversión en plantas desaladoras. Tampoco hay ninguna propuesta de subvencionar en mucha mayor cuantía la instalación doméstica de placas solares que permitan a las familias tener aire acondicionado de bajo coste. A lo mejor no hay que darles a los jóvenes una ‘herencia precoz’ de veinte mil euros al cumplir los dieciocho años, si no invertir en que puedan sobrevivir en condiciones climáticas adversas.

Otra idea: qué pasaría si en las grandes ciudades se retirarán parte de las centenares de terrazas que ocupan las aceras y se instalarán cargadores de coches eléctricos para que vayan sustituyendo a los de gasolina y contaminemos menos. En fin, el cambio climático, ese que niega Vox y a los demás interesa tan poco, es un problema gravísimo a nivel planetario que exige la concienciación colectiva y que puede que ya lleguemos tarde. Y si el problema es única y exclusivamente ganar en las urnas, ahí va otra advertencia: tengan por seguro que la mayor industria de este país, que es el turismo, empezará a declinar cuando las temperaturas se hagan insoportables. Exijamos, papeleta en mano, que hagan algo.