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Les hablaba el otro día del calor televisado, mucho más caloroso que el ambiental, y de cómo la asfixiante cobertura mediática y las imágenes en bucle de un mundo calcinado elevan la sensación térmica al menos 5º, propiciando golpes de calor televisivos. Pero claro, no sólo el calor se televisa; se televisa todo, suceda o no suceda, exista o no. Y sobre todo, la política, que una vez en pantalla, experimenta el mismo fenómeno hiperbólico que las temperaturas y los terrenos devastados por la sequía. Deja de ser política para convertirse en eso, política televisada. Que es algo muy diferente, como se vio en el obtuso debate de los líderes, y en los debates por extensión. La gran ventaja de este alud de política televisada, es que probablemente todo el mundo habrá entendido (ya era hora) que no tiene nada que ver con la política, ni se rige por similares parámetros.

Porque lo que ocurre en las pantallas, en las pantallas se queda, y como no hay realidad fuera de ellas, se multiplica y se desborda a sí misma. No sólo el medio es el mensaje, como aseguraba el sociólogo MacLuhan, sino que ese medio anula cualquier mensaje, y sólo queda la pantalla. De ahí que la regla fundamental de la política televisada es que no importa lo que digas, ni lo que te repliquen, sino las caras que pones. El gesto, el ademán, la apariencia escénica. Por eso se llama televisión. Por lo de la visión, que es lo único que cuenta. Lo que entra por los ojos, como en los restaurantes de tres estrellas, y no necesita llegar al cerebro. Es igual lo que llegue. Esta simpleza se la sabe de memoria, por ejemplo, la señora Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, y no necesita más. Sabe salir en la tele, y parece que Sánchez y sus 800 asesores, como puso en evidencia Feijóo, no.

Asombroso, a estas alturas. En televisión, la verdad es la imagen, y el discurso es lo de menos. O dicho de otro modo, una imagen (visual) vale por mil verdades. De ahí debe proceder el apelativo cariñoso de telebasura, o basura aumentada. Y naturalmente, la certidumbre de que se trate de noticias, entretenimiento o política, lo que se televisa se infla y deforma hasta ser otra cosa. Algo sólo visual. Hasta ser, precisamente, televisión. ¿Y eso puede decidir un Gobierno? Desde luego. Lo decide todo. Hasta el calor que pasamos.