Una de las pocas alegrías que nos está deparando esta última ola de calor es la de ir dejándonos algunas imágenes entrañables para el recuerdo. El pasado lunes al mediodía, sin ir más lejos, vi a una mujer aún joven paseando por la calle Eusebi Estada de Palma con una sombrilla. Mientras yo no encontraba una sola sombra en la que poder protegerme, ella paseaba feliz con su parasol, como si fuera la protagonista de un cuadro del maestro Joaquín Sorolla o una emperatriz felizmente exiliada de la dinastía Ming.
Lo extraordinario de esa imagen era su singularidad, pues prácticamente nadie suele llevar hoy sombrilla cuando sale a dar un paseo por nuestras calles y avenidas. A lo sumo, solemos llevar una gorra de béisbol algo descolorida o, si somos más sofisticados, una gorra deportiva con visera, a juego con el color de nuestro posible polo de marca. Hoy por hoy, la sombrilla es un complemento que solemos reservar ya casi solo para los días de playa y chiringuito. Sin embargo, a poco que uno se adentre en el fascinante mundo de los parasoles, descubrirá que los modelos y las utilidades de esos elementos son casi infinitas.
Así, además de las sombrillas tradicionales, hay también, entre otras, sombrillas plegables, sombrillas dobles, sombrillas paraguas, sombrillas para parabrisas, sombrillas refugio con ventana o sombrillas para sillas, especialmente pensadas para los cochecitos de los bebés. Yo mismo estoy pensando muy seriamente en comprarme ahora una, pero en principio solo para usarla el próximo domingo, para no perecer achicharrado cuando vaya a votar.
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