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Aquellos no familiarizados con nuestra Historia, si oyen hablar del expediente Picasso podrían imaginar alguna actuación de la Administración contra el inmortal pintor, Pablo Picasso. Nada más lejos de la realidad. El general Juan Picasso recibió el encargo de elaborar un informe para depurar responsabilidades sobre lo ocurrido en el mayor desastre militar español de la época moderna, en el sitio de Annual en el protectorado de Marruecos, en el verano de 1921, en el que murieron más de 8.000 militares incluido el comandante en jefe el general Silvestre.

Tragedia siempre presente en mi familia pues uno de los fallecidos fue mi abuelo el capitán Cándido Irazazabal, en Monte Arruit, defendiendo la posición ante el ataque inesperado de los rifeños de Abd el- Krim. Traigo esto a colación no para reivindicar la memoria de un familiar, aunque también, sino para poner en evidencia la permanente querella que los españoles tenemos con nuestra Historia, bien sea por ignorarla, bien sea para tirárnosla a la cabeza según el color político.

Aquellos que dieron su vida por España en Cuba, en Filipinas, en Marruecos y en tantos otros sitios, ¿no deberían ser objeto de un reconocimiento? Esa tendencia de juzgar a nuestros antepasados con criterios morales actuales nos lleva a negar el pan y la sal a aquellas personas en el ámbito civil o militar que llevaron a cabo importantes gestas que así se consideraron en su momento o que murieron en el cumplimiento del deber.

La ‘leyenda negra' que cayó sobre nuestra historia, la explotó hipócritamente el mundo anglosajón echando un manto de perversión sobre gran parte de nuestra historia como si británicos y otros hubiesen tenido como reyes a fervientes demócratas respetuosos de los derechos y como traficantes de esclavos a esforzados empresarios luchando por el bienestar de sus familias.

Si aplicáramos esos criterios de ‘buenismo' (tan de moda últimamente) para juzgar el pasado, ni Alejandro sería Magno sino un vulgar y sanguinario guerrero ni Julio César sería un brillante estratega sino un acaparador de territorios ajenos. Y así sucesivamente a lo largo de veinte siglos.

Los pueblos que no reconocen a quienes forjaron su historia están condenados a la ingratitud permanente. Tenemos importantes personas o grandes patriotas que merecen que de vez en cuando se les recuerde con afecto. No voy a consentir que Vox se apropie de la ‘patria'.

Está bien que se investigue la verdad de la represión franquista para que las familias puedan conocer donde fueron fusilados y enterrados aquel padre, hermano o hija. Me hubiese gustado que el Ejército español hubiese puesto el máximo empeño en recuperar el cuerpo del capitán Irazazabal para que mi abuela hubiese podido enterrarle con toda dignidad.