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Una vez un señor me explicó cosas. Cosas que ya sabía de sobra y sobre mi oficio. Que él no ejercía ni ejerció jamás. Pero para algunos es imprescindible citar a los grandes, que llevan muertos unos cuantos años, para que te expliquen a ti lo que haces cada día desde hace dos décadas. A ti, que te muestras prudente, te muerdes la lengua, que te cuestionas si lo harás bien y por eso te esfuerzas aún más, no lo olvides: a la mayoría de las mujeres nos han educado para ser amables. Y la que pega dos gritos porque le han tocado la moral es tildada de histérica. «Es que mira como te pones, no se te puede decir nada».

Un periodista se fía de su mirada y habla con expertos. Transmito lo que me cuentan otros, cuento lo que veo, transcribo lo que escucho. Almacenamos en nuestras libretas el mundo, o al menos una parte de él. Y no consultas con una fuente: a veces son necesarias tres, cinco personas para tener una panorámica de lo que ocurre. No se entiende este oficio si no es con humildad. Pero luego están los que te explican tu oficio a ti, mujer, aunque nunca lo han ejercido. El otro día entendí muchísimo a Diana Morant, ministra de Ciencia e Innovación y candidata por Valencia. Tuvo que aguantar un debate frente a Esteban, del PP, y Carlos, de Vox. Si ella se dirigía a sus compañeros en el debate de usted y por sus apellidos, a ella y a su compañera de Sumar, Águeda Micó, solo se las citaba por su nombre de pila. Una manera de empequeñecerlas ante el micrófono. Ante el enfado, las risitas de los señoros Esteban y Carlos: pero no te pongas nerviosa, mujer, parece que hay que explicártelo todo. A Esteban y Carlos igual hay que dárselo todo masticado.