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Al parecer, no basta con desear intensamente algo para conseguirlo. Sin embargo, el PP de Feijóo se había abonado a esa fantasía pueril de libro de auto-ayuda, y así le ha ido. Es más; en su infundada obcecación en un triunfo que daba por logrado, pues lo había deseado con extrema intensidad y con los ojos apretados, hasta ignoró el adagio que alerta sobre los deseos, pues pueden verse cumplidos. O dicho de otro modo: deseaba la victoria electoral, y la obtuvo al sacar algunos votos y escaños más que su principal contrincante, pero o se había equivocado de deseo, o se había equivocado al formularlo, y su materialización no le ha traído la ‘derogación del sanchismo’, sino una melancolía sin contornos, casi infinita.

Al PSOE de Pedro Sánchez no le votó Txapote, como groseramente decía el PP de Feijóo, sino un crecido número de españoles aterrados con la posibilidad, más que cierta, de un contubernio de éste con Vox que perjudicaría sus vidas, esto es, sus derechos civiles, sus pensiones, sus becas, sus servicios públicos o su acceso a la cultura, a una cultura plural y libre.

Pero el PP de Feijóo no sólo estaba convencidísimo de que el pasado domingo se le abrirían de par en par las puertas del poder absoluto, consecuencia indubitable de habérsele abierto hace un par de meses las del poder relativo en municipios y regiones, sino que contaba con los augurios de varios chamanes demoscópicos que le convencían de ello más si cabe. Ahí estaba, por ejemplo, Michavila cual ángel anunciador, descartando para el PP cualquier contingencia de la realidad que pudiera chafarle su plan, que no era otro, según se vio en la campaña, que cargarse cuanto, en beneficio de la mayoría, había hecho el gobierno de coalición. En resumen; el PP de Feijóo deseaba una cosa, y el resto de los españoles, otra. Los ciclos cambian, qué duda cabe, pero no así ni porque sí.