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Nunca ha existido una época histórica en la que haya sido fácil vivir. Porque vivir no es nada fácil, por mucho que algunos se empeñen en repetirnos lo contrario. Es que no basta con ponerle ganas e intentar ver el vaso medio lleno. Porque, por otra parte, el vaso también está medio vacío. En fin, que vivir no es algo sencillo. Pero así como antes –muchos siglos- se esperaba con impaciencia lo que iba a deparar el futuro, es decir, qué era lo que se iba a vivir, ahora ya lo conocemos todo con mucha antelación. Muchísima. Las amenazas de desastres y desgracias son constantes. De hecho, se podría decir que superan en mucho a las certezas y realidades. Hay días en que nos levantamos tan asustados y ansiosos que luego, a medida que van pasando las horas y vemos que no era para tanto, volvemos a casa muy descansados y, después de poner una pierna en Francia y otra en Inglaterra (al estilo Paco Martínez Soria), pasamos una velada incluso deliciosa.

Hasta que empiezan a llegarnos nuevas advertencias y amedrentamientos. Ahora, por ejemplo, contamos con un buen surtido. Si no teníamos suficiente con el terror que está causando la vuelta del fascismo en todas sus facetas, o con el más que pánico que provocan los mapas del tiempo y las previsiones de temperaturas de casi cincuenta grados a la sombra, ahora vuelve a visitarnos el miedo a otra posible pandemia causada por el virus de la gripe aviar. La alerta sanitaria de la OMS no nos da un respiro. Aunque de momento esté afectando a gatos polacos, este virus podría mutar para infectar a las personas. En serio, es que yo no sé cómo estamos vivos. Porque cuando en el vaso hay tantos virólogos –los individuos más invitados últimamente a los platós televisivos–, ¿es que está lleno o está vacío?