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Al igual que cantaban conjuntamente Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en Cuenta conmigo, a mí también me gustaría ser seducido algún día por una auténtica mujer fatal. O por una vampiresa, del estilo de Marlene Dietrich o Mae West, que ya saben ustedes que decía aquello de «cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy aún mejor». Con declaraciones de principios como esta, incluso un tipo duro como yo tendría muy difícil poder resistirse a esa cautivadora promesa de sufrimiento y placer felizmente unidos. Curiosamente, siempre había creído que las vampiresas y las mujeres fatales salían solo de noche, incluidas las palmesanas, pero gracias a la saga Crepúsculo he descubierto que pueden salir también a otras horas, por ejemplo en las mañanas grises o si el sol está un poco bajo. Así que ahora paseo de día por la calle Aragón, las Avenidas o por Jaime III, como antes lo hacía de noche por el Paseo Marítimo, para ver si podría tener quizás un poco de suerte, pero de momento aún no he notado ninguna marca en el cuello ni ninguna aversión especial a los ajos. Por otra parte, ahora que casi todo el mundo hace públicas sus aventuras más o menos lujuriosas en programas televisivos de máxima audiencia o en las redes sociales, uno echa de menos a las auténticas vampiresas, y no solo por su extrema discreción, sino también por su elegancia a la hora de seducir, ya fuese con la mirada y la voz, su alma atormentada, el humo de sus cigarrillos, sus medias de seda negra o sus zapatos de finísimo tacón.