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La sombra también es una cuestión de clase. Igual que el posparto de Cristina Pedroche. Ella misma alaba su propia fuerza de voluntad, aunque se olvida de pequeños detalles como tener ayuda en casa y el dinero para pagarse un canguro que se haga cargo del bebé, un coach, un entrenador personal y una psicóloga. Su discutido post en Instagram suena a ‘pues que coman pasteles’ de María Antonieta, lo que confirma que la reina y Pedroche vivían alejadas de la calle. Una calle, por lo menos la de Palma, que en verano es el desierto de Gobi. La sombra es otro de esos pequeños detalles que también se considera un lujo. Los agentes inmobiliarios lo tienen claro: si la vivienda está en una calle arbolada, vale un 20 por ciento más. Si está frente a un parque, se dispara la diferencia a un 40 por ciento. Si la gente está dispuesta a pagarlo, será por algo. La sombra supone un descenso térmico de hasta 10 grados. En las calles comerciales de Córdoba se colocan toldos para que la gente pueda caminar. Aquí en Palma no se plantea el tema, pero ya les digo que me he inventado una ruta alternativa a la calle Sant Miquel para no morir abrasada de junio a septiembre. Y además, esquivo turistas. Vivir rodeado de árboles es un lujo al que muchos palmesanos no pueden acceder. Ya no es una cuestión estética, sino de supervivencia: en dos décadas, Palma estará a las temperaturas del norte de África y no todo el mundo se puede permitir aire acondicionado hasta en el baño ni una piscina para refrescarse. Los buenos pospartos y el bienestar térmico son una cuestión de clase y el que disfruta de estos privilegios no es consciente de lo fácil y confortable que es su vida.