Las vacaciones ya no son para el verano, dicen. Yo he intentado atraparlas en los entreactos de compromisos profesionales y familiares, pero se me escaparon como un cervatillo asustado y no tuve fuerzas para una persecución. Mis días agosteños han transcurrido entre la asunción de mis nuevas obligaciones -qué pesada, la burocracia oficial- la traducción de mi último libro al castellano, que tengo algo atrasada, y el disfrute a tiempo parcial de eso que antes denominábamos veraneo.
Un día de esos -un calor espantoso aflojando mente y articulaciones- almorcé en el Reed Room. Tengo el restaurante a un tiro de piedra, pero aún así no me atreví a ir caminando hasta su privilegiada terraza. Me había citado un amigo que vive a caballo de todos los países del mundo. Negocios. Un día le localizo en algún ignoto lugar del Sudeste Asiático y poco desoués me llama desde Antananarivo o una remota isla de la costa occidental africana. Para mi amigo el mundo es muy pequeño lo que, paradojicamente, le aporta una visión amplia del mismo. Contemplarlo desde su catalejo – siempre me ha parecido que, en el fondo, es un explorador- me aporta nuevas perspectivas del entorno que me rodea, a veces tan provinciano y reduccionista. Pero luego resulta que todos quieren venir a Mallorca, ya sea para pasar las vacaciones o para quedarse, que esa es otra. Los camareros que nos atienden ilustran la imagen de una tierra de acogida como debe haber pocas. Faraz vino del Pakistán y Karim de Marruecos. Son simpáticos, agradables y eficientes. Dejan traslucir lo bien que se sienten trabajando en un pequeño restaurante de playa donde muchos clientes les conocen por sus nombres. «Escriba usted algo sobre mi -me pide Karim- para que en mi país vean que aquí somos apreciados». ¿Por qué no? Durante decenios he dedicado mi atención a altos personajes que, a la menor ocasión, han ordenado a sus chacales mediáticos que me despellejaran. Nunca lo consiguieron porque mi piel y mi carne son ya muy duras para ciertos colmillos oxidados.
Frente al pequeño paseo marítimo -que restauró Matas cuando era ministro, vade retro- circulan turistas requemados, aunque sonrientes. Mi amigo y yo brindamos por la largueza de miras y la inteligencia senil.
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