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El ya octogenario Robert Crumb, historietista, ilustrador, músico y dibujante norteamericano que allá por los años 60 del siglo pasado inventó el cómic undergroud, llamado cómix, y de rebote la contracultura en la que me eduqué entre grandes carcajadas, hubiera sido un genio imposible en este tiempo de censura, puritanismo y cancelación. Le acusan de pornografía misógina, lo que le otorga una especie de actualidad inversa, pero permanente, a la altura de grandes satíricos como Rabelais. A mí de Crumb me gusta todo, incluida su mujer, la extraordinaria Aline Kominski, también pintora y dibujante de comics salvajes, a la que convirtió en personaje de sus historietas con el sugerente nombre de Honeybunch Kaminsky, de lo que ella se jactaba. Luego, a principios de los 90 ambos se retiraron al sur de Francia, porque en EEUU ya no se podía vivir, conque figúrense ahora con la crecida de la mojigatería.

Crumb inventó numerosos personajes desquiciados, como Mr. Natural, el gato Friz, el señor Snoid, un majareta enfurruñado, la deliciosa Angelfood McSpade o el atontado Flakey Foont, pero naturalmente, su mejor personaje fue el propio viejo guarro de Crumb, ese friki pirado con burlescos toques hippie. Que mucho antes de la eclosión de la literatura del yo, también inventó el comic del yo. El yo marrano, se entiende. Fue más famoso que Walt Disney, y muchísimo mejor, pero no lo rentabilizó porque un parque temático Crumb implicaría la cárcel. Así que se fue a Francia a coleccionar antiguos discos de blues y jazz, y a dibujar músicos ambulantes olvidados. La preciosa Aline murió hace poco, por lo que antes de que lo borren de las enciclopedias, o se muera, tenía que hablarles de este satírico genial. Desternillante. Representa todo lo que ya está prohibido. La carcajada, el arte, el humor.