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Las novelas están llenas de malas compañías, la literatura en general también, además de ser a su vez (afortunadamente) muy mala compañía, y la propia Biblia no para de avisar sobre las desdichas, en este mundo y en el otro, que acarrea la compañía de impíos y de necios. Las malas compañías le echaron a perder, leemos cada dos por tres. O bien: Se torció por las malas compañías. No fui yo, fueron las malas compañías. Por no hablar del refranero. Dime con quién andas y te diré quién eres. Quien mal anda mal acaba. Etcétera. Cuidado con las malas compañías, advertían todas las abuelas del mundo. A veces, esto de las malas compañías también sirve de excusa y justificación novelística. Era bueno y honrado, pero las malas compañías… En fin, qué sería de la narrativa sin esa cantinela de las malas compañías. Un aburrimiento, un puto aburrimiento.

Pero como ahora resulta que la política también es cuestión de relatos, pero de relatos que a diferencia de los literarios la gente se cree (menudos capullos somos, la gente), todavía nos están contando que el PP perdió las elecciones y la posibilidad de gobernar, por culpa de las malas compañías. Es decir, por lo mismo que el PSOE agonizó durante años, y de milagro no fue totalmente derogado. Por sus propias mala compañías, sin las cuales, por cierto, lo mismo que el PP con las suyas, tampoco tendría ninguna posibilidad de ganar. Al PSOE y al PP, grandes partidos de Estado, les quitas las malas compañías y se quedan en nada. Si no se las quitas se van a pique, revientan, estallan como petardos verbeneros. Ah, el eterno problema de las malas compañías. Malo si las tienes, peor si ni ellas te aceptan. ¡Ni los impíos te soportan!

¿Es mejor solo que mal acompañado? Según para qué, nos atrevemos a decir. En política seguro que no, aunque también hemos leído que sarna con gusto no pica. Ahora Feijóo, con su imposible intento de investidura y con vistas a la repetición electoral, pretende demostrar que él, a diferencia de otros, no cede ante las malas compañías. Astuto ardid. Pero quizá sólo demuestre que sus malas compañías no dan de sí. Necesita más. El problema de las malas compañías opera igual por exceso que por defecto.