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Hay expertos que ya le han puesto fecha de caducidad a nuestro más fiel compañero de vida y fuente de placer: el chocolate. Al parecer, el 85 por ciento de la producción de cacao se concentra en África, en esas áreas expuestas a una constante pérdida de lluvias y estas plantas necesitan un gran aporte de agua. O sea, que los cultivos van a menos. Pero, al mismo tiempo, la explosión demográfica y el continuo desarrollo de países antaño pobres, ha provocado un drástico aumento de la demanda, especialmente en China. El chocolate le gusta a todo el mundo, no hay más secreto que ese. Los antiguos habitantes de lo que hoy es México ya lo bebían hace cuatro mil años y fue gracias a «nosotros» (los españoles) que llegó al resto del planeta. El resto de la historia la conocemos todos, una auténtica historia de éxito.

¿Demasiado? Porque el devenir de la superpoblación mundial, el paulatino desarrollo de los países tercermundistas y el deseo generalizado de disfrutar de algo tan perfecto y asequible pueden suponer el talón de Aquiles de este producto. En siglos pasados era un lujo al alcance de la aristocracia, como el azúcar y el café, y es posible que en las décadas venideras se produzca ese temido eterno retorno que nos devuelve una y otra vez a tiempos que preferiríamos olvidar. 2038. Es la fecha que le han puesto al fin del chocolate al alcance de todos. La sequía, el dichoso cambio climático, y esa imparable masificación humana van a conseguir que perdamos uno de los pequeños placeres que nos quedan. Si advierten que dejaremos de comer carne, tendremos que renunciar a los viajes, los virus mutarán a peor, el aire será irrespirable y ahora nos quitan el chocolate... francamente, no sé si merecerá la pena vivir.