Desconectar
Tengo la impresión de que desconectar tiene que dar un gustazo enorme. El no va más de los gustazos. En estos días de vuelta a las rutinas personales, cada vez que te encuentras con alguien y le preguntas por sus vacaciones, se le cambia la cara y, como si hubiera sido expulsado del Paraíso, te suelta: muy bien, cortas, pero al menos he podido desconectar. Es como un cliché que se pronuncia deprisa, todo seguido, y que insufla al tipo que lo pronuncia un aire de nostalgia, como de felicidad perdida a la que sólo podrá regresar cuando vuelva a disfrutar de unos días sin trabajo. Ayer, en la telenovela de la sobremesa, el chico le dijo a la chica: deberías quedarte unos días en casa, descansando, y desconectar de todo lo que está pasando últimamente. Ajá –me dije yo–, la clave está en la famosa desconexión.
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