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Charles Lynch (1736-1796) fue un Juez de Paz del condado de Bedford en Virginia. Presidiendo también un tribunal especial constituido para castigar a los partidarios de los británicos durante la guerra de la Independencia de EEUU. De sus formas de justicia se hizo infaustamente famosa la que se adoptó de su nombre. Ese juez era un político estadounidense revolucionario que luchaba por la independencia de Estados Unidos. Cuya fama –digna de mejor causa– empezó a ganársela ordenando la ejecución de un grupo de partidarios del rey sin juicio previo. Años más tarde, la ejecución de una o más personas por parte de una multitud, sin proceso legal comenzó a ser conocida como ‘Lynch Law’ (ley Lynch). Linchamiento, en español. Que tenía poco de justicia, y menos a los ojos de hoy. Pues era más bien una forma de violencia multitudinaria, que las autoridades trataban de evitar. Mas, por decreto del juez Lynch muchos enemigos de la revolución fueron ejecutados sin juicio y con ausencia total de garantías procesales. Sin embargo, la Asamblea General del Estado de Virginia en 1782 legitimó sus decisiones con efectos retroactivos. En el cine del ‘Far West’ hemos visto innumerables linchamientos.

Cesare de Beccaria (1738-1794) fue un marqués, contemporáneo de Lynch el justiciero, de quien es la otra cara de la moneda; que terminó siendo el heraldo del derecho penal moderno. Ideológicamente representa lo contrario al juez justiciero, que más bien era un pistolero del ‘Far West’. La obra que le inmortalizó y que sigue siendo de referencia inexcusable fue De los delitos y de las penas, donde analiza críticamente el derecho penal imperante, obteniendo por ello un extraordinario éxito; traduciéndose a quince idiomas. Supo dar respuesta con brevedad a la preocupación europea de dar solución a un derecho penal arbitrario y cruel, tanto en su régimen de penas como de procedimientos. Plantea Beccaria que en las penas «todo lo que está de más es abuso y no justicia, hecho, pero no derecho». Consecuentemente, «solo las leyes pueden establecer las penas sobre los delitos». Propugna la publicidad de los juicios, la abolición de la tortura y la pena de muerte. Suscitando encendidas polémicas. Su libro fue inscrito en el índice de libros prohibidos por la Iglesia católica. Mas, los principios que formuló son hoy generales del derecho penal liberal occidental. Conviene recordar todo eso, sobre todo cuando se ven claras involuciones sociales y cuando parece ignorarse que una injusticia a uno, como dijo Montesquieu, es una amenaza a todos.