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Sabemos hace milenios que el infierno está pavimentado de buenas intenciones, causantes al menos de la mitad de los males de la humanidad (la otra mitad se deben a las malas intenciones), y de ahí que aunque hacer juicios de intenciones sea una fea costumbre sin validez legal, tales juicios están tan extendidos que constituyen el 84 % de la narrativa y el 96 % del debate político, como si las intenciones y no los hechos fuesen lo único importante. Si alguien provoca un desastre o comete un delito, se justifica alegando que no era su intención, pero al contrario, también es frecuente que si un sujeto se comporta correctamente, hace bien su trabajo y hasta es simpático, despierte serios recelos y muchos se pregunten cuáles son realmente sus intenciones, y qué pretende con eso. Y no sólo se lo preguntan, sino que como abunda la gente malintencionada, y la estafa es nuestra forma mayoritaria de relación social, así en la política como en los negocios, en seguida se responden que ese fulano oculta muy malas intenciones. Y si fuesen buenas, peor todavía. Es asombroso el tiempo y el trabajo que dedicamos a indagar sobre las intenciones del prójimo, el gran tema novelístico de todos los tiempos, que ha dado lugar a disciplinas científicas como la sociología y la psicología, y satura la actualidad de comentarios, en fin, malintencionados. Ya de jovencito me sacaba de quicio que en los exámenes de literatura y análisis de textos hubiera siempre la pregunta «Intenciones del autor». Y yo qué sé. Cómo voy a saber qué intentaba Blasco Ibáñez escribiendo Cañas y barro, o Espronceda con su El estudiante de Salamanca. Follar más, tal vez, pero eso no se puede decir en un colegio de curas. A mí lo que me importaba es la gilipollez que sí habían escrito. No tengo ni idea de las intenciones de la gente, no pillo ese concepto, y estoy seguro de no haber tenido nunca tal cosa. No creo que me lo pueda permitir. Si acaso, averiguo mis intenciones sobre la marcha. O no, como en este párrafo. Cuando de joven alguna madre preguntaba cuales eran mis intenciones respecto a su hija, nunca sabía qué decir. Tengo un problema con lo de las intenciones. A ver cuándo volvemos a hablar de hechos.