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De sobras es conocida la expresión ‘sí, pero no', muy utilizada por el ser humano desde tiempos remotos. Con ella expresamos que algo nos parece aceptable, conveniente o adecuado pero también, al mismo tiempo, que no nos acaba de convencer o, simplemente, que no nos gusta. Ejemplos de ‘sí, pero no' los hay a miles y seguro que alguna vez nos hemos expresado en estos términos. Tenemos el caso de las señoritas del siglo XIX que, muy castamente, contestaban a su enamorado con un ‘sí, pero no' al atreverse este a pedirle relaciones. Ella en el fondo le hubiera dicho que sí a secas, pero la verdad es que, muy cortésmente, al final decía que no. No hace falta, sin embargo, remontarnos a un tiempo ya del todo obsoleto. El ‘sí, pero no' ha sido y es un fenómeno que puede ir referido a cualquier asunto. Lo que ya nos parece más raro es el fenómeno contrario, es decir, el ‘no, pero sí', a pesar de que últimamente nos estemos acostumbrando a él a marchas forzadas. Así como el ‘sí, pero no' no se relaciona tanto con la mentira, sino más bien con una cuestión de prioridades o consentimientos, el ‘no, pero sí' precisa de unas cualidades más rebuscadas. Se acerca mucho más a la falsedad, la hipocresía y la impostura. Al menos es lo que parece. Los políticos saben mucho del ‘no, pero sí'. Yo diría que es una condición indispensable para todo candidato que se precie. Lo acabamos de ver: el líder conservador, que aseguró, como si en ello le fuera la vida, que no pactaría con la ultraderecha (no), al final la ha cogido de la mano para asegurarse alguna posibilidad de ser investido (pero sí). Por otra parte, el líder socialista, tras soltar a los cuatro vientos que no aceptaría una amnistía, dijo después que ya en otras ocasiones ha adoptado medidas a veces incomprendidas. ¿Es esto un ‘pero sí'? Ah, quién sabe. Ya se verá…