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Desde que la gripe o influenza se definió, en la segunda mitad del siglo XVIII, como una enfermedad o entidad nosológica diferenciada, popularmente se ha percibido como un problema médico banal, poco importante. Sólo de vez en cuando, algunos de sus episodios adquirían gravedad y se consideraban como una patología y un problema social muy grave.

Hoy sabemos que, según la variante del virus influenza responsable de cada epidemia o pandemia, las tasas de morbilidad y mortalidad son más o menos importantes. Sabemos también que hay gripes pandémicas y gripes estacionales (que se repiten matemáticamente todos los inviernos) y estas de virulencia muy variable, desde epidemias con escasa entidad hasta otras más graves, aunque la todopoderosa industria farmacéutica o las autoridades siempre las amplifiquen para ganar más dinero o para provocar miedo y controlar mejor a la sociedad.

Las vivencias que hemos tenido de las pandemias y epidemias de gripe en los últimos 135 años, oscila entre pandemias monstruosas como la gripe española de 1918 o pandemias insignificantes como la gripe A o gripe porcina de 2009, que fue un bluff mediático-sanitario, que nos ha llevado a la pérdida de miedo ante las periódicas embestidas de la gripe.

La percepción social de la COVID empieza a parecerse cada vez más a la de la gripe. Todos estamos deseando pasar página de este increíble ciclo que iniciamos en 2020 y lo queremos dar por finalizado pero que, por los datos que nos van llegando este verano de 2023, nos hacen entrever que ese ciclo infernal de olas que se suceden anárquicamente no ha terminado.

Nos espera un otoño preocupante. En primer lugar, por las nuevas variantes del SARS-CoV-2 que han empezado a circular ese verano: la EG.5.1 o la más preocupante BA.2.86. En segundo lugar, el aumento progresivo e imparable de nuevos enfermos que vemos en nuestro entorno, aunque no disponemos de estadísticas fiable porque las autoridades sanitarias decidieron, esta primavera, no recopilar ni hacer públicos estos datos. Estamos viendo muchos casos de familiares, amigos y conocidos, la mayoría de los cuales son reinfecciones con cuadros clínicos leves. A nivel general, sólo se hacen públicos cuando se trata de personas relevantes como el presidente del Gobierno que, debido a su segunda infección de COVID, no ha podido acudir a la reunión del G-20 que se ha celebrado en la India.

Aunque no dispongamos de datos sanitarios globales o no trasciendan a los medios de comunicación, los pocos datos fragmentarios que nos llegan nos indican que los ingresos hospitalarios y los fallecidos están en alza desde agosto. Sólo alguna comunidad autónoma, como la vasca, ha adelantado datos como que en agosto han muerto 30 personas por COVID y ha habido 157 hospitalizados, 3 de ellos en la UCI. Cifras preocupantes para una población de 2 millones de habitantes. Los datos que nos llegan de Catalunya, Madrid y otras comunidades van también en esa misma línea.

También tenemos otra espada de Damocles sobre nosotros y es el comportamiento que va a tener la gripe estacional de este invierno que iremos viendo en las próximas semanas. Todo ello en este complejo momento que vive el planeta y que tiene su influencia sobre los ecosistemas microbianos (hay que recordar que compartimos el planeta con virus y bacterias que coevolucionan con nosotros). Y siguiendo con las espadas de Damocles debemos recordar el cambio climático; el calentamiento global sin solución que lo empezamos a sufrir con unas temperaturas que han batido todos los récords este verano; un turismo desbocado por todo el mundo batiendo también récords de visitantes en todos los países del mundo; los problemas económicos, las guerras y tensiones regionales que estamos viviendo…

No banalicemos la situación sanitaria; prestemos atención sin alarmismos pero sin bajar la guardia; tomemos las decisiones correctas con las medidas preventivas que haya que tomar sin condicionarlas a la economía o al reparo que nos provocan medidas tan útiles como las mascarillas; no nos sintamos coaccionados por los millones de vacunas que nos han quedado obsoletas (en España 115 millones, en Francia 2,5 millones) y confiemos en las vacunas, adaptadas a la XBB.1.5, a las que la Comisión Europea ha dado el visto bueno (Pfizer y Moderna); preparémonos para convencer a la mayoría de las personas que conforman los grupos de edad más frágiles, sobre todo los mayores de 65 años, que las vacunas nos ayudan a luchar contra la COVID y la gripe y que no debemos bajar la guardia. Hay que vencer esa sensación de fatiga que percibimos en la gente de edad ante la nueva campaña de vacunación que nos hace pensar que retraerá a muchos… Pero, sobre todo, tomemos conciencia de que algo nuevo se está cociendo en el horizonte pandémico y que, posiblemente, nos espera un otoño y un invierno calientes.

Siempre es mejor prevenir que curar.

Artículo elaborado conjuntamente con Anton Erkoreka, director del Museo Vasco de la Historia de la Medicina (UPV-EHU).